“Ni pare, ni preña”. Se lo oía decir a los mayores. Lo decía mi madre cuando me tenía en cuello y sonaba con ese eco con el que sonaban las palabras cuando estabas en cuello. Yo aún lo recuerdo. Es un eco agradable, como de estar a salvo. Yo oía “ni pare, ni preña” y no tenía ni idea de qué significaba, pero me gustaba. Puede que me gustase precisamente por eso. Como el sabor de esos huevos que “comerás cuando seas padre” y que sigo sin probar. Puede que fuera porque a mí escuchar una conversación de mayores me gustó siempre más que jugar a las canicas o comer con las manos. Me acordé ayer de la frase leyendo periódicos y leyendo como PSOE y PP se tiran sus cosas a la cabeza, en este caso sus autonomías. “Ni pare ni preña”, me parece estar oyendo a mi madre sentada en su cuello. O, lo que viene a ser lo mismo, ¿había que llegar hasta aquí para darnos cuenta de que cualquier gasto multiplicado por 17 crece de manera proporcional a eso, a multiplicarlo por 17? No sé si me explico. Que ni pare ni preña, vaya.