Los síntomas del fin de la civilización de Occidente son muchos. Yo, si tengo el día de nube, que últimamente tengo bastantes gracias al tiempo y, por qué no reconocerlo, a mí misma y a mi mismidad, soy capaz de encontrar un síntoma al minuto. Otros días sale el sol, por Antequera incluso, y entonces veo uno. O ninguno. Hoy tengo este: soldados británicos organizan en la Costa del Sol un programa de adelgazamiento. La cosa consiste en ponerte a las órdenes de un tipo modelo sargento Hartmann en ‘La chaqueta metálica’ y en comer tirando a poco. O a nada. En una semana, de cinco a ocho kilos menos y todo por 2.000 euritos de ná. No, no voy a hablar de Somalia que me sonrojo.