Siempre me espera, así esté días sin saber de mí. Nunca pregunta. Sólo me recibe amoroso, cálido y paciente. Aguanta casi todas mis tonterías, lleva años haciéndolo. Lo mismo le da que lea el periódico, que el Hola, que el Ulises; lo mismo se traga conmigo ‘El arca perdida’ por enésima vez que soporta estoico una sesión de series-influmables-para-chicas, que me deja que le pellizque si la peli es de miedo. A veces, disfruta con mis amigos; otras los soporta y hasta juega con sus maléficos niños. Aguanta conversaciones por largas que sean y fiestas si se tercia. Si hace frío, me arropa, y, cuando hace calor, no se pone pegajoso. Me guarda los secretos, esos que sólo él sabe. Si me duermo, me abraza y jamás jamás me despierta, simplemente deja que me estire y sea feliz como un gato. Por eso le echo tanto de menos cuando no puedo estar con él. Por eso adoro pasarme un día entero, o una noche, en su regazo. Por todo eso le quiero. Por eso es mi sofá.