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Lola

Tenía las manos pequeñas y rojas. Manos trabajadas. Manos llenas de arrugas y mala suerte. Lola fregaba platos, o lo que fuera, donde tocase, donde le dieran trabajo. Lola inventó la ETT sin saberlo como hizo mi abuela con el catering para no cocinar y que mi abuelo no se enterase, pero esa es otra historia. Lola sacaba la basura, echaba de comer a los gochos, limpiaba restos de bodas… Te la encontrabas por el pueblo, diminuta y con una escasez de ropa de abrigo como solo he visto soportar a un alleranu (o allerana, caso que nos ocupa). Siempre tenía los ojos llorosos, como de pasar frío. Frío del otro, no del que produce la baja temperatura, que, como ya he dicho, el termostato de los alleranos es diferente al del resto del mundo. Pero nunca protestaba. Sólo sonreía y preguntaba: “¿qué tal to pa?, ¿y to ma?, ¿y el tu hermanu?”. Y seguía camino sobre sus madreñas gastadas.

Lola tenía una madre, siempre en la puerta de su exigua casa, siempre con una botella de anís y con un cigarro mal liado en la boca. Una mujer tan pequeña como ella, que reñía a los niños por jugar y parecía la bruja de un cuento. Y tenía un hijo, un hijo de soltera en los tiempos en que eso era una vergüenza. La gran vergüenza. Un hijo que se metió en más de una pelea después de oir barbaridades sobre su madre. La mitad del pueblo hacía que no la veía y la otra mitad la criticaba. Había, eso es verdad, gente buena que sólo decía ‘probe Lola’. Los había incluso que le echaban una mano. Y Lola sacaba la basura, echaba de comer a los gochos, limpiaba restos de bodas… Así un día, y otro; así un año, y otro. Así una vida.

Ayer volví al pueblo y alguien me dijo: “Lola casose”. “¿Lola? ¿Lola Lola?”. “Sí, sí”. “¿Coño, y con quién?” “Pues con el padre del fíu”. Y después me encontré al hijo y yo le deseé feliz año y él respondió: “Tan el mio pa y la mio ma en casa, entra a vela” y en su cara, tan resacosa como la mía, una de las expresiones de felicidad más de verdad que he visto nunca. Me mordí la lengua para no bombardearle a preguntas (el maldito periodismo es como el sacerdocio, imprime carácter): “¿y cómo fue? ¿y dónde se volvieron a encontrar? ¿y qué pasó en este tiempo?”. Hasta que me di cuenta que todo eso daba igual. “El mio pa y la mio ma tan en casa”. Eso era, eso es, lo único que importa.

Luego vi a Lola. Y vi sus manos pequeñas, que ya no son rojas, y vi sus ojos pequeños, que ya no están llorosos, y me preguntó por “mio pa, y mio ma, y el mi hermanu”, pero también me habló del “su home”, sin grandilocuencias, como si llevasen 50 años años casados, y pensé que si los británicos siguiesen haciendo enciclopedias pondrían una foto de Lola en la entrada de la palabra ‘amor’. Pensé eso y pensé que si esos absurdos premios de la mujer del año fuesen de verdad, Lola sería la mujer de 2012. Lola, con sus ochenta primaveras, la mayor parte de ellas vividas en pleno invierno y a la intemperie, con sus manos, con sus ojos, me dio ayer más confianza en el mundo que todos los análisis económicos posibles, y hasta que todas las poesías.

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por María de Álvaro

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enero 2012
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