Cuando el señor Cayo les dice a los políticos que van a por su disputado voto aquello de “me parece a mí que no vamos a entendernos”, ni el señor Cayo ni probablemente su padre, el señor Delibes, tenían ni idea de hasta que punto la frase llegaría a cobrar sentido. Los ochenta no habían siquiera llegado y votar era, entonces sí, la fiesta de la democracia. Pero a las fiestas, salvo honrosísimas excepciones, suele pasarles siempre lo mismo, que después de llegar a lo mejor, decaen y se quedan los de siempre. Eso en el mejor de los casos. En el peor tú también te quedas y acabas por acabar con alguien con quien tampoco vas a entenderte.
En esas estamos ahora y encima de doblete, o de segunda vuelta que dicen los cursis. Y de nuevo planea el disputado voto. El señor Cayo de nuestro 25-M es un puñado, o cientos, de emigrantes de la circunscripción occidental, algunos hasta de tercera generación, que van a decidir desde allende los mares quién se sienta y quién no en el Parlamento asturiano. Y así seguimos, 10 meses y dos días después de nuestro primer paso por las urnas. Ganaron todos, parece, pero ni tenemos gobierno, ni tiene pinta de que vayamos a entendernos. Menos mal que, como al señor Cayo, aún nos queda la bendita paciencia. Ahora solo falta saber si es eterna o no. Como el amor, vaya.