Cuando mis amigas se pasan hablándome de sus hijos, que lo hacen poco porque mis amigas no son ningunas petardas, conste, suelo contraatacar hablándoles de mi iphone. Por cada papilla mal comida, va una aplicación nueva; y si la cosa se pone dura y entramos en las notas del cole, soy capaz hasta de contarles una conversación con un operario de Movistar de esas que no acaban nunca. Por eso y porque mi relación con el susodicho es como las de las copla, que “ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio” y “no debía de quererte y sin embargo te quiero”, me he quedado hoy de piedra al enterarme que cada día se venden más iphones que niños nacen en el mundo. El partido se queda en 377.900 teléfonos por 371.000 bebés. Si la estadística se analiza por países, el número de iphones vendidos es inversamente proporcional al de humanos nacidos, naturalmente. Así que sí, supongo que esto es un nuevo signo del fin de la civilización de Occidente. Esto es todo, amigos. Voy a ver si me bajo una aplicación o algo y ya otro día hablamos de equipos que van para segunda y de principados sin gobierno y sin presidente y sin presupuestos; ni perrito que nos ladre.