Sonrió, me dijo que me tumbase y al subir tanto mis piernas hizo que toda la sangre me bajase a la cabeza. Entonces cerré los ojos y, ya inmóvil y sin capacidad de defensa, le oí: “Necesito un destornillador”. Que un tipo diga eso y que tú sepas que la cosa va por ti acojona bastante, la verdad. Y si el tipo es tu dentista, más. Porque si fuera un asesino en serie en ese momento ya estarías inconsciente, yo por lo menos, y, como todo el mundo sabe, inconsciente se sufre poco. El caso es que ya con el destornillador dentro (sí, supongo que técnicamente tendrá otro nombre, pero él llamó así al aparato que me metió en la boca, lo juro) arrancó la historia: la historia de los antagonistas…
Resulta que todos, o casi todos, tenemos la boca llena de muelas y resulta que esas muelas tienen una función clara, un porqué, una razón para haber venido al mundo, que no es otra que la de masticar, triturar o cómo se le quiera llamar al acto de hacer puré cualquier cosa antes de que llegue al estómago. Pues bien, no pueden hacerlo solas. La muela necesita de su antagonista. O mastica contra otra muela o se convierte en una absoluta inútil. Dicho de otra manera, se queda sin función clara, sin porqué y sin razón para estar en el mundo. Y esto es así, así sea la muela más guapa y más sana jamás vista. Hasta tal punto necesita de su antagonista, que una muela que se queda sin él tiende a buscarle hasta el fin de sus días. Y aquí viene lo grave: lo hará hasta el día del juicio -sea una muela del ramo o no, si se me permite el chiste malo- y lo hará con tal intensidad que, empeñada en encontrar a su antagonista, terminará por desprenderse de su propia raíz buscando a esa otra muela que le devuelva su vida misma.
Oir esto con un destornillador en la boca y sin capacidad de réplica es duro. Puede que más incluso que oir a un tipo pedir ese destornillador para usarlo contra ti. Pero lo peor de todo es darse cuenta de que en el fondo en el fondo y por más que nos empeñemos, a lo mejor no nos diferenciamos tanto de una miserable muela. Y eso sí que da miedo y no mi dentista.