He tomado la decisión de hacerle caso a mi madre y dejar de preocuparme de cosas que solo me interesan a mí. El siguiente paso, claro, es interesarme por lo que le interesa al resto del mundo. Para acotar, decido entender como mundo el planeta tierra. Descarto así de un plumazo la posibilidad de que haya vida más allá de la atmósfera y, por tanto, cualquier imagen que llegue vía ‘Curiosity’ desde Marte, que encima de costar una pasta indecente no para de mandar fotos en blanco y negro y, digo yo, ya puestos, cómo no le habrán enganchado un iPhone con su Instagram y una conexión directa al Facebook y ya estaba, ¿o no es eso lo que hace todo el mundo que no está currando en agosto así esté en Valencia de Don Juan, Benidorm o los Hamptons? En fin, que me pierdo. Sigo con mi plan: aplico la máxima de la teoría de la proximidad un poco más y consulto los periódicos digitales españoles; me voy a la lista de noticias más leídas y ya está, ya tengo la solución a mis problemas: me interesa la lista de productos retirados por Mercadona. Punto. El aftersun de aloe vera y el de aceite de oliva son los nuevos enemigos públicos número uno. Ríete tu de Bachar el Asad y de lo que diga la ONU que está pasando en Siria. De primas de riesgo y calificaciones, nada, que es fiesta, y como los Juegos Olímpicos se han terminado (bendición) hasta dentro de cuatro años (más bendiciones), tampoco tengo que ocuparme de medallero alguno. Ahora vivo mucho más tranquila. Sólo he tenido que retirar del baño cualquier bote sospechoso. He tirado varios de champú que no tenían culpa ninguna y hasta una barra de labios que hacía tiempo que no usaba, pero siempre pagan justos por pecadores. Eso también es un clásico. Del verano y de todas las estaciones.