Mi amiga Carmen adora el mes de junio porque, dice, “es como un viernes”. Dando por buena su teoría, que lo es, agosto, y sobre todo sus coletazos, esos que está dando ahora, viene a ser un domingo. O sea, un horror peor incluso al lunes (septiembre), porque, como todo el mundo sabe, no hay mayor sufrimiento que el de pensar en el sufrimiento antes de que llegue. Dicho con el refranero en la mano: “al cocer, todo mengua”.
El caso es que ha empezado hoy una semana que es como un domingo que amenaza con alargarse hasta el que viene, y conviene armarse de paciencia y de proverbios zen, que los hay a patadas. Funciona bastante, por seguir con las estaciones, aquel de “siéntate y espera, la hierba crece sola, la primera siempre vuelve”. O así.
Pero no todo el mundo los necesita. No. Hay un grupo que no es mayoritario, pero existe, de gentes que durante julio y agosto han visto a sus compañeros de oficina, zanja u hospital marchar con cara de ‘ahí te quedas’. Les han visto llegar morenos e insultantemente relajados. Han sufrido sus fotos, ahora incluso en tiempo real, porque Facebook y Twitter se están convirtiendo en auténticas armas vacacionales de destrucción masiva. Han tenido que aguantar historias de playas, de montes, de chiringuitos y, claro, de pueblos-de-la-abuela-con-cañas-a-un-euro-que-eso-sí- que-es-el-paraíso-y-no-el-Caribe-fíate-de-mí-colega.
Pero le pasa a septiembre lo que a la primavera, que siempre llega, y a ese sufrido turno que se ha chupado julio y agosto con las chanclas metidas en el armario le llega eso: su turno. ¡Nuestro turno!
PD. Sepan ustedes, eso sí, que este blog no cierra por vacaciones. Solo cambia de domicilio.