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Me llamo Remedios y tengo una nube encima de mi cabeza

Me llamo Remedios y tengo una nube encima de mi cabeza. Suena raro, lo sé. Lo de la nube, digo. Mi nombre, también. Sobre todo porque desde bien pequeña he sido bastante incapaz de encontrar soluciones a casi nada. Ya lo decía mi abuela: “Esta niña no debería de llamarse Remedios, tendríamos que haberle puesto Remiendos, porque hay que ver lo incapaz que es; se ahoga en un vaso de agua”. Yo oía a mi abuela decir esto, y lo oía por lo menos un par de veces al día, y no podía evitar imaginarme chapoteando en un vaso de agua del tamaño de una piscina olímpica, con los brazos saliendo, como le salían a aquel señor que se ahogó aquella vez que fuimos a la playa y la bandera estaba roja y no nos dejaron bañarnos.

Pero yo estaba hablando de lo raro de mi nombre. O no. En realidad estaba hablando de la nube que tengo encima de mi cabeza. El caso es que desde pequeña me llaman Remi, no sé si de Remedios o de Remiendos, pero me llaman Remi y también me llaman loca cuando digo que tengo una nube encima de mi cabeza. Pero la tengo. Siempre. Aunque no siempre llueve. A veces casi ni se ve, pero noto la humedad. A veces la humedad es caliente, como tropical; otras fría, como del mismo Polo Norte. Y otras veces, muchas veces, llueve. Llueve poco, orbaya como dicen donde yo vivo, o chispea, como dicen donde vive mi prima Almudena. Pero también caen tormentas, con rayos y truenos y todo. Una vez hasta granizó, y el granizo era tan grande que pensé que estaban cayendo pelotas de tenis sobre mi cabeza, pero me di cuenta de que no por lo frío que era.

Cuando llueve mucho suelo salir a la calle, porque si me quedo en casa tengo miedo de que se me inunde, como aquella vez que mi prima Almudena lloró tanto que mi tía llamó a mi madre y le dijo que iban a tener que salir de casa en piragua. “En piragua vamos a tener que salir, mira lo que te digo, y todo por ese tontolaba; yo no sé qué le ha visto esta niña, que ni la ‘o’ con un canuto sabe hacer”. Así que yo salgo, y me pongo las catiuscas, y, claro, saco el paraguas, porque si llueve se me riza mucho el pelo y a mí no me gusta tener el pelo rizado por si se me quedan enganchadas las ideas entre tantos bucles, que bastante poco sé yo de remedios aunque me llame Remedios como para poner más trabas.

La cosa es que hoy estaba en el parque con la nube sobre mi cabeza cuando vi a un chico muy rubio y muy guapo que garabateaba una libreta. A mí no me gusta mucho mirar lo que hace la gente, porque me pone muy nerviosa que me miren, y más todavía que miren a la nube que llevo sobre mi cabeza. Pero me acerqué y vi que escribía algo parecido a una poesía. Entonces el chico empezó a despegarse del suelo y un niño, que jugaba a su lado con una peonza, le ató un cordel al pie y le convirtió en su globo. Mientras miraba al niño y a su globo, se me cruzó un gato, y me di cuenta de que el gato llevaba a un perro, también como si le hubiese atado un cordel. Y luego vi que lo llevaba hasta donde estaba su dueño, que se alegró mucho de verle. También vi a una señora bastante mayor que silbaba como un chaval y a un señor bastante mayor que la miraba como si los dos fueran bastante jóvenes. Y pensé, si un poeta puede volar y un niño puede convertirlo en su globo y un gato puede ser amigo de un perro y un perro dejarse llevar por un gato y una señora tiene esos pulmones y un señor la mira con la misma cara de idiota con la que mi prima Almudena miraba a su novio antes de que la dejase y parecía tan tan feliz, a lo mejor yo puedo arreglar problemas, a lo mejor no es tan difícil encontrar remedios.

Y en ese momento noté un viento seco, como aquella vez que estábamos en Málaga de vacaciones y mi madre dijo que venía el viento del Sáhara, y entonces miré arriba y vi que no había ninguna nube sobre mi cabeza. Y como ahora ya sé arreglar problemas, cerré inmediatamente el paraguas, no fuera a ser que alguien me llamase loca por llevar paraguas con el sol que hacía. Mañana vuelvo al parque. Y a lo mejor no llevo paraguas.

Cuento escrito para ‘El arenque rojo’, de Gonzalo Moure y Alicia Varela, un libro que es un libro y un mundo entero, tan abierto que, quien quiera, puede completarlo contando lo que ve. Yo vi esto. Pero hay más aquí http://www.literaturasm.com/El_arenque_rojo.html

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por María de Álvaro

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