Su madre tuvo tanto ojo para ponerle el nombre al niño que si Shakira y Piqué se hubiesen dado cuenta a tiempo le habrían consultado para no arruinarle la vida al suyo. Le llamó Modesto, un nombre más que propio para un retoño que cuando se hizo mayor presidió la feria de su pueblo, y la federación de empresarios de su pueblo y hasta fue directivo de la CEOE. Así hasta llegar al puesto natural de cualquier Modesto que se precie. O sea, el de director de la caja de su pueblo, la Caja de Ahorros del Mediterráneo, para ser más exactos. Y ahí fue donde el pequeño gran Modesto hizo buen honor a su nombre. Y se puso un sueldo modesto y unas dietas modestas, y ya dejó lo de pasta gansa para cobrar a través de empresas paralelas y levantarse 600.000 euros sin que nadie se diese cuenta. Nadie hasta que el Banco de España intervino, claro, pero porque la gallina de Modesto había terminado de poner todos sus huevos. Los de oro.
Algo parecido le paso al bueno de Iñaki, que no se llamó así por capricho sino por tradición familiar y ya después aprovechó precisamente a su familia, a la política, en este caso, para fabricar una gallina aún más rentable que la de Modesto y sacarla de paseo por Valencia, y por Andorra, y por Suiza, y hasta por Luxemburgo. Y hasta se atrevió a hacer chistes con otro nombre, el de su título.
Carlos no tuvo tanta suerte. Ni un buen nombre, ni una buena familia, ni mucho menos un buen ducado, por eso no le quedo otra al pobre que recurrir a una amiga, a su amiga Amy Martin, una experta en cine nigeriano, la eurozona y los síntomas de la felicidad, que cobraba más o menos lo que me prometieron a mí por estas líneas, aunque en mi caso la cosa se quedó en promesa. 3.000 euritos por artículo, 50.000 en un par de años. Cualquiera no entiende de felicidad con esto. Y hasta de cine nigeriano.
¿Son Modesto, Iñaki y Amy tres signos del fin de la civilización de occidente? Pues no. Ellos son la prueba irrefutable de que como no nos andemos con ojo nos la roban. La civilización, lo que queda de ella o lo que se les ponga por delante. Para que luego venga el síndico mayor del Principado a decirnos que somos injustos por ver corrupción por todas partes. Como si tuviéramos otro remedio. Bueno, sí, podemos hablar del corte de pelo de Sara Carbonero si prefieren.