Se acerca San Valentín. Supongo que se habrán enterado. La publicidad del ramo, del ramo del amor, que se ha sofisticado un montón e incluye mucho más que el de flores de toda la vida, está desatada. Y hacen bien. Hay que vender. Y comprar. Esto se hunde y tenemos que irnos al fondo como Benjamin Guggeheim en el Titanic. O sea, con elegancia y pidiendo un coñac. Lo hacen tan bien que hay una gran superficie del libro y el disco que ha dado en el clavo con sus anuncios: “No hay que estar enamorado para celebrar San Valentín”. Bravo. La sublimación de la lógica. El absoluto kantiano. Porque es verdad, porque para pagar en San Valentín no hace ninguna falta el amor. Igual que tampoco lo hace para el matrimonio, que eso de las bodas románticas es un invento reciente de resultados más que dudosos.

Que se lo pregunten a Ana Mato, de casada Ana Mato de Sepúlveda y presuntamente divorciadísima de su presunto, si me permiten la redundancia, porque iba a llamarlo su santo, pero mucha pinta no da. Resulta que la ministra no tenía nada que ver con los viajes, ni con las fiestas, ni con los confetis a precio de azafrán con los que Gürtel -amorosamente, claro está- obsequiaba al exalcalde de Pozuelo. No tenía nada que ver porque era eso, un ex, su ex. Y ahora resulta que no, resulta que divorciados no están y separados parece que sí, pero no desde 2000 sino por lo menos desde 2007. O sea, en los tiempos de amor y lujo del Bigotes. Y no lo dice María Patiño. No. Lo dice Hacienda, esa que éramos todos hasta que empezamos a enterarnos de que no. Ahora solo queda que San Valentín presente su dimisión. Iba a dar el campanazo. Iba a ser el primero en responsabilizarse de algo.