Asturias es una manifestación de mineros prejubilados que piden que no se les toque la paga. Y eso tiene poco que ver con una manifestación de mineros que piden que no se cierre la mina. En el segundo caso todavía queda algo abierto que no sea un último bar. En este erial antes vendido como paraíso hubo una vez unos fondos también llamados mineros, como los prejubilados, que sirvieron para eso, para pactar prejubilaciones -algunas, no todas, eso que conste, de ‘a millón’- y para realizar labores de chapa y pintura en las cuencas. Sirvieron para eso y para callar manifestaciones varias mientras todo un entramado industrial, obsoleto o no, se iba cayendo castillete abajo.
Queda feo, es verdad, ver a señores de 50 años y ocupación sus labores quejarse porque se les baja el sueldo. Les debe de parecer feísimo a funcionarios sin pagas extras y rebajas salariales, a autónomos con ingresos más pisoteados que reducidos; a parados de corta, larga y media duración. Queda feo. Y no digo que no sea cierto que sus condiciones, las de la prejubilación, están firmadas y refirmadas. Y no digo que no sea una soberana putada que le digan a uno que se olvide de lo pactado. Solo digo que esa acampada a las puertas del pozu moqueta de Hunosa tal vez debería extender algún saco de dormir a las puertas de algún que otro sindicato, esos que no es que firmaran la muerte de Manolete, es que desmantelaron la plaza de toros y salieron corriendo mientras otros, en el tendido, no tuvieron reflejos ni para hacer lo que se hace cuando el torero no cumple: coger las almohadillas y lanzarlas al ruedo.
La movilización de mineros prejubilados es, claro, otro signo del fin de una civilización, la nuestra. Y eso si que es negro y no el nuevo Papa. Aunque sea jesuita y todos sepamos el apelativo con el que se conoce al general de la compañía. Como nos sabemos la profecía.