>

Blogs

Érase una vez

Érase una vez un Príncipe tan moderno que cuando le nombraron Rey pidió que nadie se dirigiese a él como ‘majestad’. Pidió, y por favor, encima, que le llamasen con su nombre de pila. Y después tampoco quiso ponerse la corona, y solo se echó algo de gomina, poca, para no parecer muy pijo. El Príncipe moderno tenía además una Princesa también muy moderna, que le gustaban el tango y la austeridad. Tanto tanto que repetía los modelos de Valentino y pedía a sus amigas que dejasen las tiaras de diamantes en casa para entrar en la iglesia, que mejor se pusieran unas plumas. Aunque algunas hicieran el indio. Tan modernos eran que decían en sus discursos que ellos estaban allí para servir y sus fiestas nunca nunca pasaban de los tres días, como las bodas gitanas.

Vale. No sigo. Sin necesidad de llegar al colorín colorado, está claro que la monarquía, vista así, es indefendible. Eso lo saben los Reyes, los primeros, y los Príncipes, los segundos. Defender desde el punto de vista teórico una jefatura de estado hereditaria es lo mismo que hacerlo con los toros. O sea, imposible, así pueda haber pases de José Tomás que emocionen como emocionan Bach o Velázquez, por poner un par de ejemplos. Por eso los Reyes, además de ocuparse en fiestas de tres días, se ocupan de otras cosas. Y no hablo de ir de caza o de tener yernos de moral dudosa. No. En el reino lejano del cuento no les ha ido mal con sus reyes. En el reino próximo en el que vivimos, hasta ahora tampoco. Pero, paradójicamente, las herencias ya no valen. A falta de camiseta, hay que sudar el traje todos los días. Y para eso una sonrisa de paisana como la de Máxima Zorreguieta ayuda mucho. Otros gestos de otras princesas igual no tanto. Ustedes mismos.

Temas

por María de Álvaro

Sobre el autor


mayo 2013
MTWTFSS
  12345
6789101112
13141516171819
20212223242526
2728293031