Supongo que uno se da cuenta de que se ha hecho mayor, mayor de anciano, quiero decir, cuando se sorprende a sí mismo colándose en la charcutería. La habilidad de la tercera edad para adelantarse en tiendas y supermercados nunca dejará de sorprenderme. Claro que puede que solo me pase a mí y que la culpa no sea de ninguna señora que no sea yo misma. Pero ese es otro tema. A lo que iba es a lo de hacerse mayor. La prueba de la charcutería es buena. La de decir lo que a uno le viene en gana, también. No sin pensar, no. Pensándoselo, pero diciendo lo que uno quiere decir. Le pasó a Alfredo Landa con aquel libro suyo de memorias con el que se enemistó con media España mientras la otra media se partía de risa. Y no lo hizo para vengarse ni nada que se le parezca. No. Lo escribió porque se hizo mayor. Y uno cuando es mayor puede colarse en la charcutería y decir lo que le da la gana. Sobre todo él, que demostró que se puede ser actor aunque la peli se titule ‘La hormona se viste de seda’ o ‘París bien vale una moza’. Porque Landa fue eso, pero también el de ‘El verdugo’ y ‘Atraco a las tres’. Fue Paco, ‘el bajo’, de ‘Los Santos Inocentes’ y el que se metió debajo del Almendro con Eloisa. Pero lo que fue sobre todo Alfredo Landa es usted mismo, y yo misma, y nuestros padres, y nuestros abuelos. Fue el retrato de una época. Y eso es algo al alcance de muy pocos. Aunque la época tuviera sus oscuridades y aunque el ‘Vente a Alemania, Pepe’ esté hoy casi más de actualidad que entonces.
Ahora que la civilización de Occidente se nos va, es normal que Alfredo Landa coja la puerta. Menos mal que el mismo jueves, apenas un par de horas antes de que él cogiese esa puerta, el jurado del Premio Príncipe de las Artes tuvo a bien darle el premio a Michael Haneke. Igual no está todo perdido. A ver si va a ser verdad que nos acabará salvando la poesía.