Me llamo María, pero pueden llamarme X. No se me ocurre otro nombre sin connotación. Claro que ahora que lo pienso igual están ya ustedes con la cabeza en los Gal o, tal vez, sean fans del señor X gijonés, ese que anda por las calles dejando huellas de su enorme arte. Yo lo soy desde que vi su Alf en conversaciones con Proust en el Muelle. Pero no iba a eso. Iba que a que ya no puedo llamarme María. ¿A dónde voy? María es un nombre bíblico, el de la mismísma madre de un tal Jesús. Van a pensar que provengo de una familia ultracatólica y ultrafascista, ya de paso. Van a creer que peregrino cada año al Valle de los Caídos y van a estar completamente convencidos de que estoy a favor del reinado de los obispos y hasta de la reinstauración del Antiguo Régimen.
Ya no puedo llamarme María… Le pasa lo mismo a la Navidad y a la Semana Santa en el calendario escolar del Principado. Ahora conocidos como ‘vacaciones de invierno’ y ‘vacaciones del segundo trimestre’. Bueno, ahora no, hace ya tres o cuatro cursos, que es lo único que ha puntualizado la Consejería de Educación al asunto, que la cosa viene de 2007, que no entiende de qué nos preocuipamos ahora que EL COMERCIO ha sacado el asunto a la palestra y la cosa ha dado la vuelta a España.
Iba a decir que vaya por dios, pero si lo hago también estaré siendo ultracatólica y ulfrafascista. Y bastante tengo con haberme quedado sin nombre. Me pondría Dolores para que me llamasen Lola, como merecido homenaje a Concha Piquer, pero resulta que ese es nombre de virgen y tampoco me vale. Tampoco puedo bajar a ningún santo del cielo, ni mucho menos lanzar el tan tradicional y tan asturiano exabrupto hacia la más alta de las alturas, porque eso implicará contaminar con asuntos religiosos un estado laico. Como si la cultura contaminase. Sí, la cultura, no las creencias. De creencias no estaba hablando. Pero eso a lo mejor es porque soy ultracatólica y ultrafascista y todo lo demás. Así que mejor me callo. Bastante tengo con ser X.