El asesinato de Raúl Centeno y las gravísimas lesiones causadas a Fernando Trapero, por parte de un comando de ETA, marcan el fin de las especulaciones sobre la estrategia de la banda. No hay duda de que ETA quiere matar y que la fase de negociación con el Gobierno ha quedado definitivamente superada. El atentado contra los dos guardias civiles tiene la complicación añadida de haberse perpetrado en suelo francés, con lo que los terroristas podrían granjearse aún más la animadversión del Gobierno del país vecino, consideración que fue subordinada ante el objetivo de realizar la matanza.
Desde que ETA dio a conocer, a primeros de junio, su voluntad de romper el alto el fuego, las actuaciones de la banda tuvieron un alcance limitado, sin causar víctimas mortales. Podían entenderse sus actuaciones como una forma de evitar la creación de situaciones irreversibles, en espera de que pasasen las elecciones generales y poder tantear la voluntad del nuevo gobierno para retomar los canales de diálogo. Tras el asesinato de Raúl Centeno, ese tipo de hipótesis quedan sin validez, porque la banda retoma su siniestro papel de grupo terrorista dispuesto a asesinar hasta que la democracia española ceda y les permita desarrollar una dictadura nacionalista en el País Vasco, a la medida de sus postulados ideológicos, donde el supuesto amor a la tierra concede licencia para pisotear los derechos humanos de los que tienen otra visión del país.
Enzarzarse en discusiones bizantinas sobre el carácter fortuito o premeditado del asesinato de Raúl Centeno no tiene ningún sentido. En primer lugar, porque disparar por la espalda a dos personas desarmadas no es precisamente un ejemplo de “actuación obligada”, y en segundo lugar, porque los etarras tenían bombas-lapa en el coche que dejaron tras su huida. Los partidos políticos y la sociedad tienen que saber que ETA está donde estaba, y que para lograr el final de la banda no hay atajos mágicos ni vías indoloras. Tampoco es tiempo de reproches entre los partidos, porque la división de la clase política podía entenderse cuando estaba en marcha el llamado proceso de paz, pero ahora ya no hay ambigüedades, el Gobierno confía en la Policía. Unidad y firmeza ante el terror.