Todo indica que Álvaro Cuesta va a encabezar la candidatura socialista al Congreso de los Diputados. Cuesta es el decano de los asturianos en el Hemiciclo, porque tiene asiento en él desde el año 1982, cuando era un joven socialista de 26 años. No se ha perdido legislatura, y por su edad le quedan todavía unas cuentas más, así que podrá escribir un libro jugoso de memorias que abarcaría secretos de gobierno y oposición. Es el único socialista asturiano que está en la Ejecutiva Federal de Zapatero, así que es lógico que vaya el primero en la lista, dada su experiencia y cercanía al centro del poder. Cuesta ha tenido el acierto de evitar la política autonómica para dedicarse a la nacional, con lo que ha ganado en interés y tranquilidad, porque en el Congreso de los Diputados es dónde se cuece todo lo importante que sucede en política, con la ventaja que da poder andar por la calle sin que ningún pelmazo le pregunte por los sobrecostes del Huca. Los políticos que les resulta imprescindible la proximidad con el votante no deben sobrepasar la esfera municipal, porque esa es la esencia del concejal: saludos en los bares e impostados discursos de Estado en torno a las luces de Navidad.
Tras Cuesta irán en la lista, María Luisa Carcedo, Celestino Suárez y Mariví Monteserín. Los mismos nombres en los mismos puestos que en las elecciones del año 2004, dando un ejemplo de continuismo. En el PP tendrá que haber un cambio obligado, al abandonar Alicia Castro la política. En las recientes elecciones autonómicas ya hemos visto cómo la mayor parte de las candidaturas se confeccionaron por el método de hacer una fotocopia del anterior listado, así que como el censo electoral tiene pocas variaciones los resultados salidos de las urnas fueron un calco de lo sucedido cuatro años antes.
El inmovilismo social asturiano tiene reflejo en la representación institucional, que poco a poco se ha ido convirtiendo en un coto cerrado formado por unas cuantas docenas de nombres. A partir de aquí todo cambio, al ser excepcional, es interpretado como un castigo. Dejar fuera de la lista a un diputado o un senador se vive con el traumatismo propio de un despido laboral. La inevitable profesionalización de la clase política (una actividad tan importante no puede quedar en manos de cualquier amateur) ha dado paso a la apropiación del escaño. De esta forma queda asegurado que los problemas nuevos tendrán respuestas viejas. Una política que no se sigue en ninguna empresa.