En el Senado, Zapatero declaró que el nuevo sistema de financiación autonómica debe ser un acuerdo entre todos (multilateral), apoyado en un conjunto de variables, empezando por el tamaño de la población de cada región (aspiración catalana y valenciana), pero teniendo en cuenta la dispersión y el envejecimiento (objetivo de asturianos, castellanos o gallegos), y asumiendo los intereses del Estado y de cada una de las comunidades. Para que nadie se sintiera marginado, Zapatero dijo que el nuevo modelo debe mejorar la solidaridad, haciéndola más transparente (¿publicación de balanzas fiscales?), y garantizando fondos suficientes para mantener un buen nivel de servicios públicos (aspiración de andaluces o manchegos). El presidente habló de aumentar la corresponsabilidad fiscal, de modo que cada comunidad asuma los ingresos que tiene que recaudar para financiar los gastos (objetivo de regiones ricas) y garantizando la suficiencia financiera del Estado (por lo que clama UPyD). Seguro que dejó contentos a todos los senadores.
El presidente del Gobierno se limitó a describir las aspiraciones de todas las partes, sin jerarquizar unos objetivos sobre otros, limitándose a ponerlos en fila para decir que está de acuerdo con los que se visten de blanco y con los que van de negro. Zapatero asume las exigencias nacionalistas del tripartito y las peticiones de más cohesión de los asturianos; le gusta que las regiones gocen de amplia autonomía fiscal y que el Estado tenga más músculo que en los tiempos del centralismo. Multilateralidad, suficiencia financiera, corresponsabilidad fiscal, solidaridad. El presidente demostró que conoce el enunciado del problema, pero no avanzó ni un ápice de la solución.
Un problema mal planteado no tiene nunca una buena solución. Eso es lo que pasa con el nuevo modelo de financiación autonómica: el planteamiento se deriva de unos estatutos de autonomía mal concebidos, que imponen condiciones inasumibles al Estado. La solución será mala, aunque puede ser peor. Si el modelo deja insatisfechos a todas las partes, estaremos ante una fórmula mala, aunque manejable, pero si deja muy satisfechas a algunas regiones, el futuro será una España de dos velocidades.