El debate del PP gira sobre el centro político y los nacionalismos
La política, como la vida, resulta imprevisible, los nuevos acontecimientos llegan cargados de sorpresas. La noche electoral del 9 de marzo mostraba un PP derrotado pero con la cabeza bien alta por los más de diez millones de votos conseguidos y por la ganancia de escaños: 154 diputados, dos menos que los logrados por Aznar en el año 1996 cuando accedió al poder. Ningún dirigente del PP hizo el menor reproche a Rajoy, esa noche, y la desilusión por la victoria de Zapatero no enfrió los ánimos de las bases del partido, que jalearon a Rajoy cuando salió a saludar al balcón de la sede en la calle Génova. Mes y medio más tarde, gran parte de los dirigentes históricos presionan a Rajoy para que dimita, mientras que unos cientos de militantes vociferan ante la sede central del partido con la misma animosidad que empleaban en el anterior mandato contra Zapatero. ¿Qué ha sucedido en ese mes y medio? ¿Lo que está en juego es una simple y descarnada lucha por el poder o hay algo más?
Rajoy cometió, inicialmente, dos errores: cerrar la noche electoral con un enigmático «adiós» que despertó las ambiciones de dirigentes como Esperanza Aguirre; un fallo típico de un momento psicológico complicado cuando empezaba la digestión de la derrota, que trató de enmendar con otro error de mayor calado, al anunciar tres días más tarde que no sólo se presentaría a la reelección como presidente del partido en el congreso de junio, sino que sería el candidato del PP a la Presidencia del Gobierno en las elecciones generales de 2012. Esto último es un despropósito, ya que falta mucho tiempo y ningún partido toma decisiones de ese calado con tanta anticipación.
La suma de los dos errores dio pie a que Esperanza Aguirre presentara en sociedad un discurso político alternativo, reivindicando tesis ideológicas liberales frente a la socialdemocracia de Zapatero y con un ‘leit motiv’ resumido en la consigna «yo no me resigno», dando a entender que Rajoy es político acomodado a la derrota. Rajoy respondió con un exceso de agresividad, invitándola a constituir el Partido Liberal y haciéndose la foto con los dirigentes autonómicos que le apoyan. Hasta aquí nada que desborde las coordenadas de un debate político convencional en un partido derrotado en las urnas que está próximo a celebrar su congreso.
Lo que ha sucedido luego no es digerible por una organización en la que tienen que convivir distintas corrientes de opinión pero con una lealtad de fondo a las siglas del partido y a las direcciones elegidas en los congresos. La táctica empleada por la vieja guardia del PP, formada por ex ministros de Aznar, consistente en propiciar una crisis en el partido con una secuencia de dimisiones para que el congreso no se celebre en un clima de racionalidad, es propia de grupos minoritarios, donde los ataques más destructivos se reservan para los compañeros del partido. El terreno escogido por la vieja guardia para chocar con Rajoy es la política del País Vasco, elevando a María San Gil a los altares, para trasladar el mensaje subliminal de que Rajoy es como Zapatero. Y lo han logrado, las bases madrileñas del PP corean contra Rajoy las mismas consignas que gritaban contra el presidente socialista. Para Rajoy debe ser duro comprobar cómo se vuelven contra él las flechas que lanzó contra Zapatero.
Lo que está en juego es algo más que la tópica lucha por el liderazgo en un partido. En la batalla del PP están planteadas las dos grandes cuestiones sobre las que pivota el discurso de la derecha en la España democrática: la orientación ideológica y la asimilación del Estado de las Autonomías.
El precedente de Aznar
El debate ideológico se concreta en la famosa apelación al centro político. Hace treinta años, el centro constituía el motivo de división de la derecha en dos formaciones: Alianza Popular (AP) y Unión de Centro Democrático (UCD). Una docena de años más tarde, cuando la segunda criatura de Adolfo Suárez, el CDS, se hundió electoralmente, se produjo la reunificación de la derecha en el actual PP.
El debate no ha cesado desde entonces, aunque los éxitos electorales amortiguaron las tensiones. Cuando el PP tiene un problema siempre sale a flote la discusión sobre el centro político. En la primavera de 1997, cuando el Gobierno de Aznar estaba empantanado entre dificultades, el presidente anunció un «viaje al centro» que se visualizó en el papel de Josep Piqué como portavoz del Gobierno. La llegada de Javier Arenas a la Secretaría General del PP también se vendió como parte del «viaje al centro».
La otra gran cuestión para la derecha es la interpretación del Estado de las Autonomías. La división parlamentaria de AP en la votación sobre la Constitución ya se debió a sus reservas sobre el Título VIII (De la Organización Territorial del Estado). En la última legislatura, la beligerancia del PP con el ‘Estatut’ y con las propuestas de Zapatero sobre la política vasca ha creado un clima en el que parece que toda aproximación hacia el PNV o Convergencia i Unió es sinónimo de traición.
Lo más llamativo de este asunto es que una parte de la militancia del PP ha olvidado la orientación de Aznar en su primer mandato, 1996-2000, ligada al viaje hacia el centro y sostenida por sus alianzas con el nacionalismo. Aznar fue el primer presidente que dio capacidad normativa a las comunidades autónomas sobre el Impuesto de la Renta (IRPF), cediendo un 30% de su recaudación, tal como le pedía Jordi Pujol. La relación con el PNV tuvo también reflejo en la política del Gobierno con ETA, al acercar a 43 presos de la banda al País Vasco en los dos primeros años de mandato.
La reflexión de Rajoy ante la junta directiva nacional del PP, tras las elecciones, parte de un hecho: el PP ganó los comicios si se exceptúa a Cataluña del cómputo global. Y una reflexión: la animadversión hacia el PP en Cataluña y el País Vasco ayuda a ganar votos al PSOE. ¿Es una reflexión propia de traidores o de valientes? Centrar el debate en María San Gil, como pretende la vieja guardia, obliga a recordar que el PP de María San Gil ha sacado unos resultados pésimos, tanto en las últimas elecciones vascas como en las generales. La retórica de la vieja guardia abre la puerta para que la derecha recorra un camino inverso: dividida en dos grupos y marginada en comunidades autónomas poderosas. ¿Es esa la opción de un ‘partido de gobierno’?