El nombramiento de Carlos Osoro por el Papa Benedicto XVI como nuevo titular de la Diócesis de Valencia obliga a realizar una rápida recapitulación sobre el septenio del prelado cántabro en la archidiócesis de Oviedo.
Cuando el 23 de febrero de 2002, el arzobispo Osoro toma posesión en la catedral de Oviedo, acompañado en la ceremonia por treinta y siete mitras, la expectación levantada en los medios asturianos fue enorme, hasta el punto de tener una cobertura de espacios superior a la del propio cardenal Ratzinger cuando llega a la Silla de Pedro. Sólo hay una razón para ello: el dilatadísimo periodo en la misma responsabilidad de su antecesor, Gabino Díaz Merchán, que tras 32 años ejerciendo de Pastor de la diócesis asturiana había creado una forma canónica de ejercer la función de prelado que toma los usos de Vicente Enrique y Tarancón y tiene como aspecto más sobresaliente la preocupación social, algo que en Asturias viene ya de la época del deán Arboleya.
A partir de ese día, todo lo que hace y dice Carlos Osoro se analiza en contraste con el proceder de don Gabino, siendo como son dos personajes diferentes por talante y formación. Díaz Merchán es un intelectual, que sale poco del palacio arzobispal, mientras que Carlos Osoro es un hombre de acción, con una enorme capacidad de trabajo.
El mejor ejemplo de la actividad de Osoro está en sus iniciativas, como la de convocar un Sínodo, algo que no encuentra correspondencia en ninguna otra diócesis, o la voluntad de celebrar el Año Santo de la Cruz, aprovechando que se cumplían 1.200 años de la entrega de la Cruz de los Ángeles y 1.100 de la Cruz de la Victoria. También instaura la fiesta de la familia, con el consiguiente bullicio en la Corrada del Obispo, con niños con globos, tras la ceremonia religiosa en la catedral.
Hiperactividad
Una de las características de Gabino Díaz Merchán era la capacidad para crear equipos. Colaboradores de don Gabino alcanzaron, luego, puestos importantes en la estructura eclesial española, como Elías Yanes, su primer obispo auxiliar, que llegaría a presidir la Conferencia Episcopal. José Sánchez, su segundo obispo auxiliar, fue luego secretario de la Conferencia Episcopal; lo mismo cabría decir del canónigo ovetense Francisco Álvarez, que alcanzaría la dignidad de Primado de España. Sin embargo, Carlos Osoro tiene tendencia a cubrirlo todo con su hiperactividad personal, como lo prueba la escasa capacidad para delegar en el obispo auxiliar, Carlos Berzosa, una persona de gran capacidad dialéctica.
La expectación sobre Carlos Osoro estuvo centrada en su orientación pastoral, por ver si tras Tarancón y Díaz Merchán se producía un cambio. En este punto es curioso recordar cómo, si se exceptúan las diócesis bajo influencia nacionalista, la Iglesia asturiana fue de las pocas que tuvo una dinámica especial, orientada al centro-izquierda durante cuarenta años, a pesar del profundo cambio habido en la Iglesia desde 1978, con la llegada de Juan Pablo II al Vaticano.
Las concomitancias de Díaz Merchán con sindicalistas y obreros fueron muy explícitas, fotografiándose con un «gomeru» regalado por sindicalistas radicales que habían vivido durante un año dentro de la catedral, cubriendo la torre gótica con un inmenso paño de color para protestar por despidos laborales. Previamente, ya había tenido don Gabino un choque con el presidente Marqués, cuando apoyó una movilización general en contra del paro, manifestando que «Asturias ya tuvo mucha paciencia».
En este aspecto, Carlos Osoro no tuvo ocasión, en sus siete años de titular de la diócesis, de posicionarse ante conflictos sociales, porque su septenio coincidió con un periodo de gran bonanza económica en la región, si exceptuamos el último trimestre.
No obstante, la sotana tradicional del arzobispo de Oviedo, su discurso espiritualista y la confianza en grupos doctrinalmente conservadores, aunque socialmente muy activos, le granjearon el distanciamiento de un sector del clero formado en las pautas de la pastoral social, como así se lo hicieron saber en una carta colectiva.
Valdediós
Carlos Osoro le dio una gran importancia al Seminario de Oviedo, donde introdujo cambios, convencido de la necesidad de acabar con el erial de vocaciones. En este asunto las posibilidades de invertir la tendencia declinante son escasas, y difícilmente responden a las medidas que se tome en una diócesis concreta. No obstante, esa lucha contra la falta de vocaciones le llevó a tomar una de sus decisiones más polémicas, al poner fin a la estancia de los monjes cistercienses en el monasterio de Valdediós, para dar entrada a un instituto pujante y desconocido en Asturias: la comunidad de San Juan, fundado en el año 1975, y que cuenta ya con 1.000 religiosos y 2.500 laicos.
Carlos Osoro se encuadra en la Iglesia española dentro de la órbita del cardenal Antonio María Rouco Varela y es uno de los seis miembros que forman el comité ejecutivo de la Conferencia Episcopal. No obstante, es el único de ellos que actúa con criterio independiente, como lo demuestra la ausencia total de conflictos con los gobiernos de izquierda del Principado. Ni el tratamiento horario de la asignatura de Religión en el Bachillerato, ni la implantación de la Educación para la Ciudadanía, ni los recortes en la red concertada de centros, ni el uso de la iglesia de la Universidad Laboral para espectáculos artísticos, ni el rechazo a la petición de licencia para la televisión de la Iglesia, le han llevado a alzar la voz. Como en Asturias el bilingüismo no es oficial, determinados usos culturales quedan reservados para Valencia.