Ante un auditorio formado por incondicionales, Mariano Rajoy se ha comprometido a mantener al PP unido y cohesionado, pase lo que pase. En la peor coyuntura económica de varias décadas, el líder de la oposición dedica su principal mensaje hacia el interior de su grupo. Entre los deberes que tienen los números uno de los partidos está velar por el orden de la organización y la cohesión entre dirigentes y militantes, así como mantener la coherencia entre las estrategias que se desarrollan en las distintas comunidades autónomas. En el PP, en tiempos de Aznar, estas cuestiones estaban garantizadas por el enorme poder que acumulaba el presidente del partido, sobre todo desde que fue también presidente del Gobierno. Aznar decidía todo, y cuando un dirigente autonómico no le convenía para las alianzas que mantenía desde el Gobierno, se lo quitaba de en medio, como le sucedió a Alex Vidal-Quadras. Aznar gozaba mostrando su enorme poder, y por eso presumía de tenerlo todo previsto en el famoso cuaderno azul.
Rajoy carece de esa autoridad interna. Para ejercer el liderazgo tiene un pecado original, al haber sido propuesto como líder por un procedimiento tan poco democrático como el dedo de Aznar. Con ese respaldo fue a las elecciones generales de 2004 y perdió. Si la dedocracia no es la mejor forma de ganarse el respeto de los militantes, perder unas elecciones no es un título que ayude a generar entusiasmo. Posteriormente, brilló con luz propia en el Parlamento en debates de gran importancia, como el día que fue Ibarretxe a Madrid con su plan debajo del brazo. Tras una legislatura tensa, perdió las elecciones generales por segunda vez, y desde entonces no le han dado tregua en el seno de su partido. Ni siquiera haber ganado el congreso nacional del PP en Valencia le ha servido para recobrar la autoridad.
Rajoy cometió el error de no acabar con el pulso entre Aguirre y Gallardón cuando estaba más capacitado para hacerlo, durante la pasada legislatura, y ahora cualquier asomo de medidas disciplinarias conllevaría la ruptura de la organización. Las elecciones gallegas y vascas del 1 de marzo son un test para él, porque un resultado desfavorable abriría otra vez el debate sobre su liderazgo. Mientras tanto, Aznar sigue con sus conferencias y Rato recibiendo homenajes.