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Juan Neira

LARGO DE CAFE

GÜRTEL, EL TEST DEL LIDERAZGO

El sainete valenciano del PP con trajes de corte imposible, coches deportivos de nombres exóticos, relojes de acero más caros que los relojes de oro y cien gramos de caviar para la Navidad en vez de turrón, nos muestra una forma de ser y vivir merecedora de incorporar al Estatuto de Autonomía, como rasgo distintivo del autogobierno de esa región. A estas alturas ya está claro que al igual que la crisis económica es la prueba de fuego para el Gobierno de Zapatero, la corrupción acumulada bajo la trama Gürtel supondrá el mayor obstáculo para Mariano Rajoy en su tercer intento de llegar a la Moncloa.

En la superficie de los acontecimientos aparece un grupo de personajes que alternan las conductas ilícitas con el proceder escandaloso, obsesionados por la exhibición y dispuestos a gozar de todas los facilidades que da el poder. Como en todo caso de corrupción, lo más relevante para la opinión pública es conocer qué personajes delinquieron y las tropelías que cometieron, así como el perjuicio electoral que acarreará para el PP el proceder irregular de dirigentes de su partido.

No menos interesante es observar las distintas respuestas que originan en el PP el descubrimiento de la trama Gürtel, así como los movimientos internos dentro de la organización. No existe una doctrina común en el PP ante el caso Gürtel. El único elemento que se repite en las declaraciones de sus dirigentes es la queja por el proceder del PSOE, del ministro Rubalcaba y el Fiscal General del Estado, pero a partir de ahí cada organización regional da una respuesta distinta, tiene un grado de tolerancia diferente con la trama corrupta. Para los valencianos, mientras no haya resoluciones judiciales adversas, las grabaciones escandalosas no pasan de ser un incidente molesto. En Madrid, Esperanza Aguirre adoptó medidas disciplinarias desde el primer momento. Rajoy moduló los mensajes en función de las comunidades autónomas afectadas, y a remolque de los acontecimientos, unas veces recomendando indiferencia y en otras ocasiones, mano dura. De lo sucedido hasta ahora, cabría decir que hay varios PP y distintos “gürteles”.

RIKY y ROVIRA

Con estos datos ya estamos en condiciones de hacer abstracción de las circunstancias concretas del caso para formular una regla de comportamiento en la política española: cualquier acontecimiento importante que sacude el interior de un partido trae acarreada una tensión entre la dirección nacional y las organizaciones regionales de esa formación política. Dicho de otra forma: toda decisión trascendente remite a una lectura autonómica o a una negociación entre el líder nacional y los jefes territoriales.

Los dramáticas o cómicas negociaciones que ocurrieron tras la celebración del Comité Ejecutivo Regional del PP en la Comunidad Valenciana, cuando se decidió por ovación respaldar una propuesta de Ricardo Costa, mientras Francisco Camps comunicaba a la calle Génova que el secretario general había sido cesado, recuerdan en sus órdagos y amenazas a otro hecho acontecido hace casi seis años en la familia socialista. El 28 de enero de 2004, cuando faltaba algo más de un mes para las elecciones que llevarían a Zapatero al poder, Carod-Rovira, conseller en cap del presidente Maragall, se entrevistó en Francia con Mikel Antza, número uno de ETA, y con Josu Ternera. Tras conocerse la noticia, Zapatero mantuvo varios diálogos, a cara de perro, con Maragall, forzándole a tomar la misma medida que Rajoy a Camps, con Costa. La peripecia internacional de Carod-Rovira y los regalos de Costa son la anécdota, porque lo sustancial es el intento por levantar un fuero autonómico que limite la jerarquía de los líderes de los dos únicos partidos que vertebran el Estado.

De esta constatación también debe sacarse un corolario: cuando el secretario general del PSOE o el presidente del PP están en la oposición, su liderazgo interno se asemeja más al papel de un coordinador de territorios que al de máximo responsable de un partido.

PODER LIMITADO

Con estos elementos tenemos ya pistas sobre lo que supone el estatus de líder nacional. Básicamente, los números uno de los partidos tienen el monopolio del discurso en el Congreso de los Diputados, soberanía sobre el marco de alianzas, y capacidad para dictar programas electorales. Ahora bien, para ser líder orgánico hay que contar con una mayoría interna en clave autonómica (Zapatero, con Cataluña y Andalucía, y Rajoy echándose en brazos de la Comunidad Valenciana, Murcia y Galicia), y para aprobar leyes importantes (estatutos, presupuestos del Estado, financiación) se necesita el visto bueno de las comunidades autónomas avalistas. Todo esto no existía hace veinte años, con Felipe González y el primer Aznar.

El PP asturiano sufrió en sus carnes los rigores del antiguo modelo de funcionamiento, cuando desde la dirección nacional del PP se decidió interrumpir abruptamente la gestión del Gobierno de Marqués. Desde entonces no ha vuelto a cobrar protagonismo. El PP regional vive una etapa de provisionalidad, marcada por la renuncia de Ovidio Sánchez a ser candidato autonómico y la falta de alternativas. El PP asturiano continúa esperando a Godot. Para terminar recojamos el hilo de la narración: Sergio Marqués conduce un modelo coreano de tercera mano y los ternos más exclusivos se visten en Oviedo.

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por JUAN NEIRA

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