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Juan Neira

LARGO DE CAFE

EL DRAMA DE LAS MITRAS

Madrileño de 54 años, hábito franciscano, aficionado al montañismo (¿identificación con Wojtyla?), mitrado por la forja de Rouco Varela, pastor de dos rebaños (Huesca y Jaca). Así es el nuevo arzobispo de Oviedo: Jesús Sanz Montes, un rostro sin aristas, en el que cada fractal reproduce la esfericidad de la cabeza.
La decisión de Roma sobre el titular de la archidiócesis de Oviedo ha creado una gran expectación, con un sinfín de valoraciones. Lo mismo ocurrió en el invierno del año 2002, cuando Carlos Osoro llegó a Asturias. Sólo en el País Vasco los relevos al frente de las diócesis suscitan tantas opiniones encontradas como en Asturias. En nuestro caso la explicación reside en la larga égida de Gabino Díaz Merchán, Pastor de la Iglesia asturiana durante 32 años. Todavía la opinión pública no se ha acostumbrado al cambio de nombres.
La Iglesia en nuestra región ha estado ahormada durante los últimos decenios por dos figuras, Vicente Enrique y Tarancón y Gabino Díaz Merchán. Los dos orientaron su pastoral bajo la influencia del Concilio Vaticano II, cuando la pauta estaba en el “aggiornamento”, antes de que el Vaticano, con la senectud de Montini, perdiera interés por mimetizarse con la sociedad contemporánea. Vicente Enrique y Tarancón y Gabino Díaz Merchán presidieron la Conferencia Episcopal, como también lo hizo Elías Yanes, primer obispo auxiliar de don Gabino. En las dos grandes figuras de la Iglesia asturiana hay un fondo común: la pastoral social, que bebe en las fuentes del deán Arboleya.

Giro a la izquierda

Por todo ello, la evaluación de Jesús Sanz Montes se realiza en los términos de conservadurismo o progresismo. Mero eufemismo de la denominación directa: derecha o izquierda. A la hora de explicitar las opiniones, abundan las provenientes de la llamada, “Iglesia de base”, reclamando un giro hacia el progresismo, dejando el septenio de Carlos Osoro en un paréntesis entre la tradición social de las mitras asturianas. A juzgar por las voces que se alzan hay un amplio sector del clero que quiere un retorno a la pastoral de Gabino Díaz Merchán. Aunque la mayor parte de clase política asturiana no tiene prácticas religiosas externas, ve con indisimulada satisfacción la petición de vuelta a la pastoral social. En lenguaje burdo: el giro a la izquierda.
Hace una docena de años, en la catedral de Oviedo tuvo lugar un larguísimo encierro de trabajadores despedidos de Duro Felguera, ante la pasividad del prelado de la diócesis. Tras 318 días de ocupar el templo con pancartas colgando de la fachada, lograron ser recolocados en Hunosa. Dos meses más tarde, ante el creciente desempleo, Gabino Díaz Merchán declaró que Asturias ya había tenido mucha paciencia; el presidente Sergio Marqués respondió con una copla anticlerical de tiempos de Jovellanos, y el 10 de febrero de 1998 decenas de miles de trabajadores ocuparon las calles de Oviedo en protesta contra el paro. 19 días más tarde empezaría la operación de derribo del presidente Marqués, en la convención del PP en Cangas de Onís. La lectura de algunos hechos resulta mucho más clara a través de la memoria.
De los apuntes biográficos de Jesús Sanz Montes se desprende que tiene el mismo espíritu vitalista que Carlos Osoro. El actual arzobispo de Valencia tomó una medida revolucionaria al instalarse en Oviedo: dar el número de su teléfono móvil a todos los curas de la diócesis, orillando la burocracia. Del incansable Carlos Osoro se decía que era muy imaginativo para solucionar los problemas. Le preocupaba enormemente la escasez de seminaristas, y casi ocho años más tarde el déficit de aspirantes al sacerdocio ha aumentado. En su pastoral, Carlos Osoro se apoyó en grupos de estricta ortodoxia católica para llevar a cabo actividades como la instauración de la fiesta de la familia, porque no es fácil avanzar sin apóstoles.

El oficialismo

Dudo mucho que los problemas a los que se enfrentaba infructuosamente Carlos Osoro tengan solución con un giro a la izquierda. Es más, en instituciones tan marcadas por el sentido de la jerarquía y de la obediencia, como la Iglesia o el Ejército, la ideología de los mandos incide poco en el resultado final, porque las decisiones se toman en la cúspide y la tradición hace el papel de jurisprudencia. Una pastoral más social se adapta mejor al discurso oficial asturiano, pero la empatía con el establecimiento regional no supone ninguna mejora real para la Iglesia.
El problema de fondo de la Iglesia asturiana no es nada específico, porque se repite en todos los países de la Europa rica. La cuestión puede plantearse en forma de paradoja: en la región del mundo con más sólidas raíces cristianas avanza la descreencia a mayor velocidad. La elevada edad media de los sacerdotes no es más que un caso particular de la elevada edad de los feligreses. Puede que estemos ante un papado de transición para tomar decisiones sobre el verdadero problema.
Aunque el asunto es muy complejo, y hay que tratar de ver las cosas con perspectiva, huyendo de la coyuntura, creo que el elemento de reflexión más interesante está en el oficialismo de la Iglesia en nuestros países, tras largos años de interrelacionar su pensamiento con las constituciones de los Estados. En ese sentido, la vía abierta por Rouco Varela puede ser un precedente interesante, por muy desasosegante que resulte para el poder político. Una institución que apela a las emociones y a la perfección no puede ganar adeptos casando leyes.

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por JUAN NEIRA

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