Si De Lorenzo quería crear una nueva situación en el PP asturiano con el rechazo a Álvarez-Cascos lo ha conseguido: el partido está dividido. Hace tan sólo un mes, todos los dirigentes y cargos públicos del PP manifestaban, al unísono, que el ex ministro era el mejor candidato y pronosticaban una victoria en las urnas. Por primera vez en doce años, uno de los grupos que ha sufrido más derrotas en las urnas de toda España se mostraba ilusionado y optimista. El coro de parabienes tenía una cualificada excepción en Pilar Fernández Pardo, que se mantenía en silencio; las diferencias personales y políticas entre la presidenta de la junta local de Gijón y el ex ministro son insalvables.
El panorama ha dado un vuelco con el golpe de mano del alcalde de Oviedo, al cambiar de opinión, poniendo negro donde había blanco, y enhebrando una atípica alianza con los tres máximos responsables municipales de Gijón, Avilés y Mieres para dar por amortizadas las expectativas electorales de Álvarez-Cascos. La desorientación de las bases del PP sólo es comparable a su desilusión. La alianza de los cuatro contó desde el principio con el aval del presidente regional del partido, aunque materializado bajo el especial modo de proceder de Ovidio Sánchez: viaje a Tierra Santa para librarse del seísmo y dejando libre el acceso al fax de la dirección regional del partido para que el grupo de los cuatro hable en calidad de nuevos mandamases de la organización.
División
A las dos semanas de tan ruidosa actuación, De Lorenzo hace ímprobos esfuerzos para que la operación no se le venga abajo con una carta a los afiliados ovetenses del PP en que visiona el futuro: «Cascos no será candidato». Algo así como el «no pasarán», pero en versión de derechas. El mismo día en que se conoce la misiva, un millar de simpatizantes del ex ministro se reunieron en Gijón solicitando su retorno a la política asturiana. De Lorenzo lo ha conseguido, el PP regional está dividido.
El plan del alcalde de Oviedo, en el que jugó un especial papel su consejero áulico más influyente (‘ojos rasgados’), no hubiera podido desarrollarse si la dirección nacional del PP hubiera hecho acuse de recibo de la unánime respuesta que suscitaba en la organización asturiana la vuelta del ex ministro. Rajoy sabe que dentro del PP asturiano no hay un solo dirigente con tirón electoral que aporte un plus de votos sobre las siglas del partido, con la excepción de Cascos. Si no lo tenía claro, el varapalo llevado por De Lorenzo en los comicios generales de 2008 le sacó dudas. Las reticencias de la dirección nacional del PP hacia Álvarez-Cascos, la resistencia a oficializar su vuelta, proceden de su incorporación al debate nacional del PP, alineado con las tesis de Esperanza Aguirre y con Aznar al fondo. Por ello, el equipo de Rajoy se mantuvo en silencio, ganando tiempo y perdiendo margen de maniobra, ya que la propuesta de cualquier otro candidato alternativo supondría, a estas alturas, un jarro de agua fría para los votantes del PP y contaría con el rechazo de los militantes de base.
Gerardo Iglesias
El enfrentamiento que mantiene el grupo de los cuatro con Álvarez-Cascos se ha dado muchas veces en el PP y en otros partidos. Hace ahora, exactamente, veinte años, en la organización asturiana de Izquierda Unida ocurrió un episodio idéntico. Gerardo Iglesias había dejado de ser el coordinador general de IU en España y decidió volver a la mina para ganarse la vida como picador, su oficio de toda la vida. La dirección regional vio con enorme recelo la vuelta de Gerardo a casa, porque su figura tapaba la mediocridad de los dirigentes regionales. Sin que Gerardo dijera nada, el equipo de Gaspar Llamazares le ofreció ser candidato a la Presidencia del Principado en las elecciones autonómicas que se iban a celebrar al año siguiente. Gerardo guardó silencio por las mismas razones que ahora lo hace Álvarez-Cascos: aceptar ser cabeza de lista, mientras el aparato del partido decide el resto de nombres de la candidatura, le endosa el programa electoral y mantiene el control de toda la organización es un regalo envenenado. Gerardo entendió, como ahora Cascos, que eso era ser rehén del equipo directivo experto en acumular derrotas electorales. Tras un periodo de tensión soterrada, los dirigentes regionales de IU cambiaron de criterio, criticaron duramente a Gerardo Iglesias, y se juntaron los principales responsables municipales en torno a Gaspar Llamazares, que eligió a Laura González para encabezar la candidatura al Principado. Llamazares, como ahora Ovidio, no quería dar la cara en las urnas. No es necesario describir el declive de IU en Asturias después de aquella oportunidad.
La actuación de Gabino de Lorenzo, la complicidad de Ovidio Sánchez y las fobias de algún otro dirigente municipal no tienen entidad suficiente para torcer la voluntad de las bases del PP. La pelota está en el tejado de Rajoy. El presidente del PP tiene que decidir si quiere luchar por el Gobierno de Asturias o acepta que los socialistas mantengan el poder en la región. Pero más allá de esa disyuntiva es algo más lo que hay en juego: recuperar la ilusión o apostar por otra década perdida para el PP asturiano.