Hoy es un día especial dentro del pulso que mantienen los seguidores de Álvarez-Cascos con Gabino de Lorenzo y los dirigentes municipales que lo secundan. El ex ministro, acompañado por Núñez Feijóo, va a recoger la insignia de oro que le concede la Asociación Día de Galicia en Asturias, en el Auditorio Príncipe Felipe (en 1999, unas semanas antes de inaugurarlo, Gabino de Lorenzo propuso llamarlo Auditorio Álvarez-Cascos, y la iniciativa quedó en nada al rechazarla tajantemente el interesado). Se trata de la primera convocatoria pública del ex ministro, en Asturias, desde que su figura polariza la vida interna del PP. La imagen es plásticamente dura para el grupo de De Lorenzo: un domingo, en el centro de Oviedo y en plenas fiestas de San Mateo, el ex ministro ocupa el auditorio rodeado de fieles, mientras la terna de candidatos quedó aparcada.
Recién inaugurado el curso político las posiciones están delimitadas. Los tres principales líderes municipales del PP están en contra del regreso de Álvarez-Cascos a la política asturiana. Las bases del partido se movilizan recogiendo firmas en apoyo a la candidatura del ex ministro; una actitud respaldada por la inmensa mayoría de alcaldes y por un tercio del grupo parlamentario. Los órganos de dirección del PP asturiano no se reúnen y Ovidio Sánchez guarda silencio. Un enfrentamiento enconado que es visto por el PP nacional con preocupación, mientras cuatro presidentes autonómicos han dicho que la vuelta de Álvarez-Cascos es una buena noticia.
Si todos buscaran el mejor resultado electoral del PP, la controversia terminaría en acuerdo unánime. Los nombres propuestos para obstaculizar la candidatura del ex ministro no son conocidos por más de un 25% del electorado. Si hay que comparar gestiones, la balanza queda muy descompensada, porque frente a Álvarez-Cascos sólo se proponen políticos opositores o segundas figuras. La única personalidad alternativa sería Gabino de Lorenzo, pero el alcalde de Oviedo llevó tal varapalo en las elecciones generales de 2008 que no le quedaron fuerzas ni para ir a recoger el acta de diputado. ¿Por qué se produce una lucha tan desgarradora si todos saben cuál es la mejor opción?
A los mandamases del PP asturiano, lo que podríamos llamar el ‘sanedrín del PP’, no les interesa ganar. La victoria por mayoría absoluta les produce miedo. Están acostumbrados a la derrota y no les fue tan mal. Uno puede entender que la renovación en el socialismo sea moderada, porque el éxito genera conservadurismo, pero en el PP asturiano se produce un fenómeno espectacular: las derrotas se premian con automática prórroga del contrato.
«Un alcalde agobiado»
La excepción a la derrota la constituye Gabino de Lorenzo que lleva cinco elecciones municipales ganadas, pero también en su caso la victoria del PP en el Principado le crearía problemas. El rol de partido opositor en la Junta General del Principado le permite al alcalde de Oviedo ejercer de jefe del PP, con independencia de su cargo orgánico. De Lorenzo se abraza con los socialistas en el Palacio de Congresos, se enfrenta en las empresas públicas autonómicas, y mira a sus ojos en silencio ante el socavón de la calle Uría. Con un presidente en Asturias del PP, De Lorenzo sería un simple alcalde; un alcalde agobiado por las deudas.
La tesis de la inoportunidad de la victoria no es una especulación teórica, porque ya superó la prueba de la práctica. Cuando Sergio Marqués logró el único triunfo del PP (mayo de 1995), los mandamases del PP regional empezaron a presionarle desde el primer día. En una ocasión, el principal consejero áulico del alcalde de Oviedo, que por aquellas fechas tenía carné socialista, me dijo que a Marqués le habían puesto los seis consejeros de Gobierno. Puede ser una exageración, pero de lo que no cabe duda es que al año siguiente, con Aznar en el poder, los principales dirigentes del PP regional no paraban de transmitir quejas sobre el comportamiento de Marqués. Al parecer, el presidente del Principado era una especie de político autista que no atendía ni a los líderes municipales ni a la dirección regional. Está claro que todos ellos habían vivido mejor con los socialistas, y siguieron viviendo bien sin Marqués.
Para el sanedrín del PP, la victoria en el Principado sólo es digerible si se pacta el poder antes de ganarlo. Ahora tocaría trocear la lista autonómica por municipios y, luego, negociar cuotas de gobierno. Esa forma de funcionamiento es la aceptación de un modelo de organización: el partido de clanes. Si los clanes locales no logran un acuerdo satisfactorio con el hipotético candidato lo mejor es seguir en la oposición. Por eso la dirección regional estuvo siempre supeditada a los intereses de las grandes juntas locales. En el PP asturiano nunca hubo una corriente interna de seguidores de Ovidio Sánchez, quedando la gestión del presidente regional supeditada al apoyo de un jefe local de peso, como Gabino de Lorenzo.
La victoria de un candidato libre de ataduras con las grandes juntas locales cambiaría la dinámica interna. A lo largo de toda la etapa autonómica el juego de fuerzas en las instituciones asturianas se ha caracterizado por un socialismo ganador, bien implantado territorialmente y con vocación de gestión, y un Partido Popular convencido de su papel de partido opositor, con un discurso seguidista del Principado. Hace un año, cuando se debatía sobre la sanidad, uno de los actuales miembros de la terna alertó varias veces sobre el afán privatizador de Vicente Álvarez Areces. Un conservador con miedo a las empresas privadas. Como en las películas de posguerra.