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Juan Neira

LARGO DE CAFE

LOS DUEÑOS DEL CIELO

A estas alturas del puente de la Constitución no es arriesgado decir que el colectivo laboral más rechazado en España son los controladores aéreos. Se lo ganaron a pulso. El abandono de los puestos de trabajo dejando en tierra a centenares de miles de viajeros es un gesto supremo de egoísmo e irresponsabilidad. Con el pretexto de haber cumplido sus horas de trabajo truncaron compromisos laborales, planes de ocio y causaron grandes pérdidas económicas a empresas y particulares. Súbitos fallos de salud nos pueden ocurrir a todos, pero un empeoramiento colectivo tan generalizado en un espacio reducido de tiempo nunca le había pasado a ningún gremio en el mundo.

Hay conflictos laborales muy impopulares, que normalmente se llevan a cabo a través de un grupo radicalizado, que se manifiesta en la calle, convoca huelgas y tiene un discurso sindical potente. Nada de eso ocurre con los controladores. Estábamos todos tan tranquilos y cerraron el cielo de España, con un discreto y silencioso abandono de los puestos de trabajo. El efecto tremendo de su visita al médico evidencia que no son unos empleados estándar sino un monopolio laboral. Presionan para mantener su estatus. Están a cargo de un servicio muy demandado socialmente, son un grupo reducido con intereses homogéneos y a partir de ahí pueden imponer sus condiciones. El ministro Blanco logró la hazaña de bajar sus emolumentos de los 350.000 euros anuales, al entorno de los 200.000, y de terminar con el lujo de jubilarse a los 52 años con la totalidad del salario. También les quiso aumentar la dedicación laboral, que andaba por las 1.200 horas anuales, y al aplicar la nueva jornada pinchó. Cualquier estrategia para controlar a los controladores tiene que pasar por acabar con su poder monopólico, porque en caso contrario estaremos expuestos a visitas masivas al médico. No importa tanto las horas que trabajan y su sueldo, cuanto que tengan repuesto. Tratar con gente que se siente insustituible es muy peligroso.

Para los intereses generales, más deletéreo que una huelga salvaje es un espontáneo abandono de los puestos de trabajo por parte de gente que valora más su supuesto estrés que la angustia de miles de personas (niños, ancianos) durmiendo en el suelo. Tanta indiferencia ante el sufrimiento ajeno sólo puede venir de unos señores que se sienten dueños del cielo.

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por JUAN NEIRA

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