El PP duda de que el Gobierno haga caer todo el peso de la ley sobre los controladores que tuvieron un comportamiento incívico durante el pasado fin de semana. No faltan indicios para pensar que el Ejecutivo suavizará su postura hacia los controladores, por la vía de diferenciar a los dirigentes sindicales del resto del grupo. José Blanco se atrevió a asegurar que la mayoría de los controladores son unos excelentes profesionales, cuando apenas habían transcurrido 24 horas del abandono masivo de las torres de control, truncando los planes de trabajo y ocio de 600.000 ciudadanos. Un ministro no puede hablar así, por respeto a los ciudadanos que sufrieron tanto por culpa de un grupo de egoístas e irresponsables. El Gobierno tiene que tomar medidas contundentes que estén a la altura del desafío lanzado.
Los controladores aseguran que no habrá paros en Navidades. La declaración en vez de ser un gesto de concordia es una provocación. Lo mínimo que cabe exigir a ese grupo de asalariados de elite es que pidan perdón por los daños causados y prometan solemnemente no volver a recurrir a un abandono masivo de los puestos de trabajo cerrando el cielo de España a la navegación aérea. Aunque les cueste creerlo, su libertad sindical no permite traspasar los límites de una huelga, convocada en tiempo y forma, en la que estarían obligados a cumplir los servicios mínimos que les asigne Aena. Cualquier actuación que desborde esos cauces es pura barbarie y deberían indemnizar a todos los perjudicados (personas y empresas) por su forma de proceder.
El Gobierno exhibe con orgullo la declaración del estado de alarma. No tiene razones para ello. Tras un año de enfrentamiento, el Ministerio de Fomento no fue capaz de prever la respuesta de los controladores. Tampoco dio pasos para habilitar a más trabajadores en el manejo del tráfico aéreo, lo que hubiera permitido romper el monopolio que ejerce ese grupo de irresponsables. Al final, el Gobierno, sorprendido por la respuesta, tuvo que echar mano de una medida excepcional, a la que no recurrió Adolfo Suárez en los años de auge del terrorismo y desestabilización de la democracia. No es para sentirse ufanos. José Blanco tiene deberes pendientes. Hay que hacer compatible la reconducción de salarios y jornada laboral con la exigencia de responsabilidades por el desastre causado.