Rubalcaba señala que la forma de computar las horas laborales fue lo que provocó la rebelión de los controladores. Según el vicepresidente primero del Gobierno, querían aprovechar el puente de la Constitución “para montarla y había que cortarlo”.
La protesta en el inicio del puente no fue una casualidad, porque es habitual que las huelgas en los servicios de transporte se produzcan en los días del año con más demanda. En este caso, los controladores no se tomaron la molestia de convocar ninguna huelga, sino que directamente abandonaron el trabajo pretextando problemas de salud en el momento clave: la tarde del viernes. Llama la atención que un vicepresidente tan inteligente, como Rubalcaba, y un ministro tan autosuficiente, como Blanco, no hayan reparado que cambiar las normas de funcionamiento de los controladores a la puerta del puente iba a provocar un movimiento en la dirección contraria a los intereses generales. Puede ser que Rubalcaba y Blanco hayan sido lo suficientemente astutos como para propiciar una respuesta radical de los controladores, sabedores que concitada la animadversión de 47 millones de españoles no tienen margen para futuras actuaciones de protesta, y así el Gobierno podrá tomar medidas que desarticulen el enorme poder que han acumulado.
Al frustrar los planes de 600.000 viajeros, los controladores han ganado la primera batalla, al demostrar al Gobierno que tienen capacidad para convertir sus demandas en un conflicto nacional. Sin embargo, es muy probable que esa victoria haya acarreado la derrota en la guerra, al unir la pérdida de privilegios a un próximo cambio en la regulación de acceso a los puestos de trabajo, lo que terminará con el poder monopólico que tienen sobre el tráfico aéreo. El Gobierno ha podido contrarrestar el desafío de los controladores, recurriendo a una previsión constitucional, el estado de alarma, que parece más asociada a amenazas exteriores, ataques terroristas, desastres naturales o catástrofes industriales, que al trastorno provocado por la actuación irresponsable de unos cientos de empleados de los aeropuertos. No obstante, la falta de previsión y la incapacidad para doblegar a los trabajadores levantiscos por métodos ordinarios, acaba siendo un nuevo golpe en el prestigio deteriorado del Gobierno de Zapatero. Ambos bandos pierden.