La actuación de Rafael Fernández en la democracia está condicionada por sus vivencias en la II República y en la guerra civil, y por el influjo que ejerció sobre su persona la figura de su suegro, Belarmino Tomás, dirigente del Sindicato Minero y presidente del Consejo Soberano de Asturias y León (embrión del sistema autonómico republicano). Regresa a Asturias en los albores de la Transición, con la lección bien aprendida, mientras los jóvenes socialistas asturianos hacían sus primeros escarceos militantes con estilo radical, criticando al Partido Comunista por pactar con la burguesía (Calvo Serer, García Trevijano) creando la Junta Democrática.
Rafael Fernández regresa solo a Asturias, en 1974, el año de la revolución de los claveles. Tiene tan a flor de piel la atroz experiencia de los años treinta, que al volver no se instala en Oviedo, la ciudad de toda su vida, sino en Gijón. Nunca volvió a la plaza cubierta del Fontán, donde su madre tenía el puesto de venta, y le costará visitar el claustro de la Facultad de Derecho, el viejo caserón de la calle San Francisco, donde cursó su carrera universitaria, que luego sería arrasado en la Revolución del 34. Tras esa primera toma de contacto, retorna a Asturias a finales de 1975, y luego lo haría su familia. Dos años más tarde ya sería el secretario general de la FSA.
En la pronta asunción de responsabilidades tuvo mucho que ver Felipe González. La experiencia de Rafael Fernández era entonces ya tan dilatada que debió impresionar al joven líder socialista. Cuando González se instala en Madrid, su guía para desenvolverse por la capital era Pablo Castellanos. El socialismo renovado tenía tanto futuro, como escaso presente y nulo pasado. Rafael Fernández conocía a la perfección los EE.UU., ese gran país del que recelaban los jóvenes socialistas, y del que sabían algo por la estancia universitaria de Javier Solana. Felipe González, que siempre supo ver lejos, debió de pensar que Rafael Fernández era un personaje único en el panorama del socialismo español de mediados los años setenta del siglo pasado.
Las vivencias de los años treinta condicionan la andadura política de Rafael Fernández en la transición. La Revolución del 34 le sorprende en la cárcel de Oviedo, donde les cortan el agua y se quedan sin alimentos. En esos años todavía conoció una situación más traumática, al ver morir a un hijo de veintisiete días de hambre.
La otra referencia que marca sus pasos es Belarmino Tomás. A los 23 años es consejero de Hacienda en el Consejo Soberano de Castilla y León, presidido por Belarmino Tomás, que un año más tarde se convertiría en su suegro. Pese a la apariencia radical de los líderes mineros de la época, Belarmino es un gran negociador. Todas las decisiones del Consejo Soberano se toman por consenso, entre socialistas, comunistas y anarquistas. Tres años antes, el 18 de octubre de 1934, Belarmino Tomás da muestras de un gran pragmatismo al negociar, como presidente del Comité Revolucionario, el fin de la Revolución con el general López Ochoa.
Rafael Fernández retorna a la política asturiana con las ideas claras: hay que cerrar las heridas del pasado. No sólo busca aunar esfuerzos con los dirigentes de otros partidos, sino que traba fuerte relación con el gobernador civil, José Aparicio, y el arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán. Se mueve en política con formas muy distintas del clásico líder de partido. Sobre sus hombros sabe que tiene una responsabilidad histórica, la de evitar la repetición de los antiguos errores. En 1978 pasó a presidir el Consejo Regional, órgano de gobierno de la Preautonomía. En todas las celebraciones políticas, Rafael Fernández actúa con alto sentido institucional. Con la aprobación del Estatuto de Autonomía, en 1981, pasa a presidir el primer Gobierno autonómico asturiano. Por su engarce vital con la legalidad republicana, por desempeñar un cargo semejante al que había ocupado su suegro, por su esforzado trabajo a favor de la concordia y el retorno de la democracia, Rafael Fernández, a la cabecera del Consejo de Gobierno del Principado, es el Tarradellas asturiano. Bien pudiera haber dicho: «Ya estoy aquí».
El estilo de Rafael Fernández, como presidente autonómico, dejó un poso en el socialismo regional, que cabe percibir en dos rasgos que han mantenido todos los presidentes del Principado socialistas: alto sentido institucional e interlocución con los poderes sociales. Con errores y aciertos, los presidentes socialistas han sido más deudores de la institución que del partido. Aunque en más de uno y de dos casos, lo hayan acabado pagando caro. En eso no han hecho más que seguir la huella de Rafael Fernández, que fue apartado de la política asturiana para desempeñar la función de senador, por haberse atrevido a plantear en la FSA una política que atacaba las bases de los rancios dogmas de la política asturiana. En toda la dirección, sólo encontró el respaldo de Purificación Tomás.
No pudo renovar la política socialista, pero mantuvo el partido unido, sin familias ni clanes. Sus sucesores al frente del partido, mantuvieron el dogma y tuvieron que gestionar una organización de clanes. Ahora, con otro Fernández (Javier) de líder socialista, ya no hay clanes, pero resta por ver si se arrumbarán los rancios dogmas de la política asturiana.