El vicepresidente segundo de la Junta General del Principado, Pelayo Roces, ha entregado su acta de diputado al reconocerse extraño dentro del PP. No ha querido refugiarse en el grupo mixto, porque dijo que el escaño era del partido en el que llevaba militando treinta años. A lo largo de la jornada, Pablo González, concejal del PP del Ayuntamiento de Gijón, declaró que se pone a disposición de Álvarez-Cascos para apoyar el proyecto político que el ex ministro ofrece liderar.
La secuencia sucede a una velocidad extraordinaria desde la tarde del 30 de diciembre, cuando el Comité Electoral Nacional del PP, por tres votos a favor, uno en contra y tres abstenciones, decidió nominar a Pérez-Espinosa como candidata del partido a la Presidencia del Principado. Antes de que pasaran 48 horas, Cascos se dio de baja en el partido, al día siguiente hizo una declaración de principios ofreciendo luchar por un proyecto político que convierta a Asturias en una región de referencia, y ayer comenzó el descuelgue de los cargos del PP de las instituciones. La cosa va tan rápida que ni la dirección nacional ni la regional han tenido un día de alegría. Ruedas de prensa, en Madrid y en Oviedo, relativizando el impacto que va a tener en el PP el proyecto de Cascos, mientras en los medios de comunicación nacionales la figura del ex ministro ocupa los principales espacios.
Todo esto se debía haber valorado antes en Génova. La idea de repetir con Isabel Pérez-Espinosa el éxito logrado con Alicia Sánchez Camacho no sirve, porque aunque la concejala ovetense valga tanto como la diputada catalana, el contexto es distinto. En Cataluña, el PP nunca tuvo un dirigente semejante a Cascos. Es distinto orillar a Piqué o a Vidal-Quadras, que hacerlo con el político gijonés. Rajoy observa esta batalla desde lo más alto de las encuestas que le aseguran una cómoda mayoría absoluta tras las elecciones generales, pero no debería dar por perdido un territorio que tenía muchas probabilidades de ganarlo, ni someter a una organización regional muy castigada por las urnas y las crisis internas a otro episodio de debilitamiento. El PP asturiano entra con el pie cambiado en esta batalla. El problema no es que llegue a la campaña electoral sin un tercio de sus diputados, sino la fuga de militantes de base que preludian el comportamiento del cuerpo electoral.