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Juan Neira

LARGO DE CAFE

RIOPEDRE

La detención de José Luis Iglesias Riopedre causó una gran sorpresa, que fue en aumento con su posterior encarcelamiento. Desde hace años hemos visto a distintos responsables políticos sentarse en el banquillo de los acusados, bajar esposados de los furgones policiales o cruzar el umbral de los centros penitenciarios. Iban por la izquierda, el centro y la derecha, pero ninguno era asturiano ni tenía el perfil de Riopedre. La mayor parte de ellos traspasó la frontera del código penal por confundir hierba con ladrillo, por traficar con concesiones o entender de manera particular las reglas de los concursos. Como la jueza mantiene el secreto del sumario no sabemos qué cosas concretas se le imputan a Riopedre bajo el enunciado general de figuras penales, tales, como prevaricación, tráfico de influencias, cohecho o exacciones ilegales. No importa. Puede imputarse a Riopedre lo mismo que a un ex alto cargo de cualquier otra comunidad autónoma, pero no recuerdo que ninguno de esos personajes de telediario tuviera como proyecto de vida para la jubilación escribir un trabajo sobre la educación en su comunidad autónoma o que tuviese un tipo de vida social propio de un empleado discreto. Con esto no quiero exculpar a Riopedre, porque la jueza seguro que hizo una investigación impecable, simplemente trato de decir que el ex consejero asturiano no encaja en el estereotipo del político con sobrepeso de pelotazo.

Como remar contra corriente es para mí una tentación invencible, me gustaría que al hacer la disección del personaje supiéramos distinguir entre el consejero que luchó con acierto contra el fracaso escolar, del presunto prevaricador, porque aunque al ciudadano medio le encanta jugar al maniqueísmo, la sociedad no está dividida entre buenos y malos, sino que hay buenos que practican maldades y malos que hacen caridad. Todo lo que escribí de Riopedre, hace seis meses, como impulsor de mejoras educativas en nuestra región, lo mantengo, porque de eso también hay indicios y pruebas sólidas.

Cuando uno fue consejero del Gobierno, entrar en la cárcel a los 70 años debe ser muy duro, porque todos los amigos quedan al otro lado de los barrotes, cosa que no ocurre cuando se tienen largos años de trato con la delincuencia. A la privación de libertad se suma la soledad. Para alumbrar esa oscuridad, la linterna es el bolígrafo.

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por JUAN NEIRA

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