En el Congreso de los Diputados, Zapatero reconoció que cambió de criterio al gestionar la crisis, porque la economía no es estática y hay que adaptarse a las circunstancias de cada coyuntura.
Mantener la misma opinión a lo largo de los años es una norma de comportamiento que gusta a la gente. Se elogia que un político o un ciudadano mantengan los mismos criterios, gustos o preferencias a lo largo de la vida. El inmovilismo tiene buena acogida. Hasta los adolescentes consideran que un tipo es auténtico cuando crece atado a cualquier excentricidad. José Luís López Aranguren no participaba de ese criterio; decía que siempre había sido más fiel a su tiempo que a su ideología, y por eso había mudado, más de una vez, de escuela filosófica. Cambiar de opinión es, con frecuencia, síntoma de inteligencia. Pero lo de Zapatero es otra cosa. Desde que empezó la crisis mantuvo una posición dogmática, poniendo la ideología por encima de los datos económicos. Caminó del brazo de los sindicatos durante todo el año 2009, cuando aumentó en un millón de trabajadores la lista del desempleo. No contento con esto, puso en marcha unos planes de reactivación económica de la mano de los alcaldes, que tuvieron licencia para gastar el dinero del Estado en cualquier cosa. Reparadas las fuentes, remodeladas las aceras e inauguradas las piscinas, descubrió que además del paro tenía otro grave problema: 11,2% de déficit público. De tener el mayor número de personas con trabajo en la historia de España y gozar de superávit en las cuentas del Estado, pasamos en año y medio a liderar el paro en
La reforma laboral y la reforma de pensiones, el plan de saneamiento de las cajas de ahorro y la reciente apuesta por la energía nuclear forma parte de la vuelta forzada a la realidad. Hace unos años decía Zapatero que era el miembro más antinuclear del Gobierno y ahora opta por conceder larga vida a las centrales nucleares. Zapatero no acierta cuando rectifica, sino cuando le obligan a rectificar. Puede decir que desde que está en