La decisión del Parlamento de Estrasburgo, rechazando que los diputados dejen de viajar en “business” para volar en la clase turista, como el resto de los europeos, ha provocado tal escandalera que los europarlamentarios prometen enmendarse cambiando el sentido de su voto. Si la primera vez apretaron el botón en defensa de un privilegio, el segundo turno será, por encima de cualquier otra consideración, un ejercicio libre de frivolidad. ¿En qué Parlamento serio cambian los diputados el voto, sobre cualquier asunto, sin que hayan variado los datos? Si creían que los viajes de dos o tres horas debían hacerlos bajo una modalidad más cómoda y lujosa que sus propios votantes, no tiene sentido que rebajen su estatus por las quejas del público. Faltan más de dos años para las próximas elecciones europeas, y pueden tener la seguridad de que la campaña se hará con el paro, la política agraria, las nuevas tecnologías, etcétera, sin que el detalle de los viajes en avión decida el reparto de escaños. Los comicios europeos van acompañados de una gran abstención; la próxima vez ocurrirá lo mismo, así que pueden sentirse tranquilos los europarlamentarios del PSOE, PP y UPyD, que fueron los que se negaron a dejar de viajar en “business”, de que las quejas engrosarán la abstención, porque el público no votará a los grupos discrepantes, que son pocos y mal conocidos.
Durante el pasado invierno, conocimos la práctica de un buen número de diputados, que el último día de la semana van a fichar y marchan, cobrando la llamada dieta de “subsistencia”, como si estuviesen toda la jornada trabajando en Estrasburgo. Hace un año, cuando a España le tocó la presidencia rotatoria de la Unión Europea, la mayoría de los eurodiputados prefirieron quedarse en el hotel en vez de ir al escaño a escuchar los planes que tenía Zapatero para el semestre español. Lo entiendo, acostumbrados a cobrar por comparecer, da mucha pereza ponerse los cascos para escuchar a un político que no sabe inglés.
Ser europarlamentario es un chollo. Ex ministros, ex diputados nacionales y ex consejeros regionales engrosan las filas del Parlamento de Estrasburgo. No tienen que dar cuentas a nadie y los mandatos duran un quinquenio. Sólo hay una razón que explica el margen de discrecionalidad de los eurodiputados: representan un territorio imaginario que nadie hace suyo. ¡A vivir, tíos!