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Juan Neira

LARGO DE CAFE

LAS FALLAS DEL SISTEMA

Al abrirse los colegios electorales, la mayor incógnita de la jornada no reside en la influencia que tendrán sobre los resultados los últimos mítines de los candidatos, sino las movilizaciones de los ciudadanos que se autodenominan “indignados”. Todos los líderes políticos, de una u otra manera, se han puesto a lanzar mensajes de sintonía con los jóvenes y no tan jóvenes que se concentran en las plazas de las principales ciudades. Unos expresan su comprensión, otros dicen que luchan por lo mismo y los más audaces insinúan que la acampada permanente debe llevar a votar a su partido. El discurso del Movimiento 15-M y el de los líderes parlamentarios no tiene puntos de contacto, porque los responsables partidarios tienen la urgencia del voto y los “indignados” se mueven en una banda ancha que va desde la reivindicación ácrata a la reforma posibilista del sistema.

El paro

Llama la atención que gente dispuesta a dormir en el suelo proponga la reforma de la ley electoral o valore la conveniencia de apoyar a partidos minoritarios que tras el voto masivo se convertirían automáticamente en mayoritarios ¿Cómo es posible que con cinco millones de parados, los objetivos de los concentrados no sean duplicar el plazo de percepción del subsidio de desempleo, elevar el salario mínimo a 1.000 euros, requisar las viviendas que permanezcan vacías o reducir drásticamente las tarifas telefónicas? A los activistas del Movimiento 15-M les preocupa más la pervivencia del modelo político bipartidista que las ventajas sociales.

Esta aparente paradoja es una continuación de lo que ocurre en toda España: el liderazgo europeo del paro se compagina con una gran estabilidad social. Las frecuentes huelgas generales quedan para Grecia, Francia o Italia. Aquí, en más de un millón de hogares no entran salarios ni subvenciones oficiales, pero Cáritas o los abuelos del pueblo contienen el drama. Se mantiene la cohesión social cuando han quedado desbordados los elementos del sistema que la vertebran ¿Cómo se explica la anomalía española?

Para que haya protestas masivas hace falta que los representantes de las reivindicaciones sean creíbles. En España, los sindicatos han perdido su prestigio. Llevan desde finales del mes de febrero negociando la reforma de los convenios colectivos y lo que debía estar finalizado para el 18 de marzo se ha dilatado hasta el 15 de junio. La única huelga general convocada durante la crisis económica, el pasado 29 de septiembre, tuvo una incidencia menor. Existen problemas más grandes que en otros países pero fallan los vehículos de canalización de la protesta.

Parlamento

En la esfera política ocurre lo mismo. Las instituciones están más pendientes de su dinámica interna, movida por la lucha de los partidos, que por las necesidades de la sociedad. Fijémonos lo que pasa en el Congreso de los Diputados. Todos lo miércoles, sin excepción, la oposición pregunta al Gobierno. Semana tras semana, Rajoy u otros portavoces del PP interrogan a Zapatero por las medidas que va a tomar contra el desempleo. El presidente del gobierno recita tres o cuatro propuestas, se enzarzan en un cruce rápido de réplicas en el que pasan de los datos a las imprecaciones personales, y hasta el próximo miércoles. Una ceremonia hueca.

En la Junta General del Principado ni siquiera se cumple ese mínimo guión. Los plenos parlamentarios escasean, en todo el último mandato sólo se ha aprobado una norma de nueva planta (Ley de Comercio) y las cuestiones que preocupan no se tocan: ni la crisis del carbón ni el desfondamiento del sector lácteo ni el déficit de financiación universitaria ni las listas de espera sanitaria ni la infrautilización de los equipamientos sociales (Centros de Día) ni el parón en la construcción de las infraestructuras de transporte ni la desviación sobre la planificación energética ni el espectacular incremento del paro juvenil. Los diputados asturianos se han pasado cuatro años discutiendo sobre anécdotas, como los 104.000 euros anuales que cobraba el gerente de un organismo público.

Sobre la quiebra de los mecanismos de representación política y social se asienta el éxito del Movimiento 15-M. Sería una ingenuidad pretender que de las acampadas callejeras saliera un remedio a las fallas del sistema. Lo verdaderamente específico de la protesta, sobre cualquier otra surgida en países europeos, es que en vez de centrarse en el paro o las condiciones de vida, apunta hacia el deficiente funcionamiento de las instituciones políticas dominadas por los partidos mayoritarios. Cuando un gobierno se equivoca o es abiertamente incompetente, el recambio está en el interior de la Cámara. Si es el propio Parlamento es el que no aborda los problemas, la solución se traslada a la calle, aunque el déficit institucional no puede solventarse con las propuestas de una acampada de indignados.

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por JUAN NEIRA

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mayo 2011
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