La cena de Álvarez-Cascos con Esperanza Aguirre es el primer encuentro, aunque privado, del presidente asturiano con un colega de otra comunidad autónoma. Entre ambos líderes hay una gran sintonía. Creo recordar que en la campaña de las elecciones de 2007 la presidenta madrileña contó con el apoyo del político gijonés, que en aquella época estaba retirado de la actividad pública. La carrera política de Aguirre es muy singular, desde la época de concejala madrileña hasta formar con Zapatero, Rajoy y Rubalcaba el cuarteto de dirigentes políticos más conocidos de España. Durante el primer mandato de Aznar, un sector de la izquierda se refería a ella como una persona inculta y estulta, valiéndose de una anécdota chusca, según la cual, la entonces ministra de Educación y sobrina del poeta Gil de Biedma no sabría quién era José Saramago. El escritor portugués jamás le dio crédito al chisme. Eran lo años en los que el Gran Wyoming deleitaba en la pantalla haciendo que su cuadrilla persiguiera a la ministra micrófono en mano para preguntarle por cualquier cosa. Luego sería la primera mujer que presidiría el Senado y la primera que presidiría una comunidad autónoma.
La valía de la dirigente del PP no está en los cargos que ocupa sino en las opiniones que vierte. Aguirre posee una envidiable seguridad en si misma y jamás se refugia en el burladero del lenguaje políticamente correcto. No tiene ningún complejo ante la izquierda y no admite que la militancia en el PP reduzca un ápice su libertad de expresión. A partir de esas premisas recibe el aluvión de votos. Los socialistas la llaman ‘la condesa’, pero los taxistas son sus más fieles valedores.
Cuando Rajoy perdió sus segundas elecciones generales (marzo de 2008), la presidenta madrileña levantó la voz para decir, «yo no me resigno». A partir de ese momento empezó el antagonismo entre Rajoy y Aguirre. El líder gallego, fiel a su estilo, evitó el combate a campo abierto y se refugió en Camps para ganar el congreso de Valencia. No hubo sangre, pero nada volvió a ser igual. Dos años más tarde, Rajoy emplearía la táctica dilatoria con Cascos para dejarlo fuera de la política asturiana, y lo convirtió en presidente. Aguirre y Cascos tienen suficiente capital político para recibir los votos sin ampararse en las siglas. ¿Es esa la definición de líder?