La multitudinaria manifestación por las calles de Barcelona con motivo de la Diada ha puesto otra vez sobre la mesa la “cuestión catalana”. La Generalitat se ha envuelto en la bandera de la independencia, olvidando su propuesta de pacto fiscal que era la estrategia de CiU para profundizar en el autogobierno en esta legislatura. Todos los partidos políticos han quedado sorprendidos por el clamor popular, y los grupos nacionalistas se apresuran a capitalizar el éxito de la movilización. Esquerra Republicana solicita un referéndum y Solidaritat pide a la Generalitat que declare la independencia imitando el histórico gesto del presidente Francesc Macià; por su parte, Artur Mas se muestra decidido a construir “estructuras de estado” para Cataluña. Socialistas y populares lanzan mensajes confusos, mientras se recuperan del éxito de la manifestación.
Es difícil interpretar las causas que llevaron a cientos de miles de catalanes a salir a la calle de una forma tan masiva como sólo lo habían hecho en la Diada de 1977, tras recuperar la libertad. Me atrevo a afirmar que la clave estuvo en la pésima situación económica que atraviesa Cataluña, ahogada por sus deudas y víctima de la gestión de sus propios gobiernos. No creo que el recorte dado por el Tribunal Constitucional al “Estatut” motive especialmente a los catalanes, ya que una gran parte de ellos se abstuvieron de votarlo en referéndum. La deuda de 42.000 millones de euros, el cierre de hospitales, la rebaja de los sueldos de los funcionarios ha servido de llama para prender la hoguera nacionalista echando la culpa a España de todos sus males. En la mente del catalán medio, España juega el mismo papel para Cataluña que la Unión Europea para Grecia, así que lo mejor es romper el vínculo. Declarada la independencia, y con el cien por cien de los impuestos en sus manos, se puede soñar una vida colectiva feliz.
A estas alturas de la vida no sirve de nada asombrarse de las simplezas nacionalistas, porque son bien conocidas. Es conveniente volver la vista atrás para comprender los errores cometidos en la última década, cuando las ambiciones de Maragall fueron estimuladas por Zapatero, y las amenazas de Artur Mas fueron ignoradas por Rajoy. No cabe seguir con la táctica del avestruz. El desafío nacionalista exige una respuesta decidida con la Constitución en la mano.