Las primeras valoraciones sobre la vida y obra de Santiago Carrillo se han centrado en su papel en la transición a la democracia. Sus andanzas en la guerra civil, incluido el episodio de Paracuellos de Jarama, y la larga etapa de dirigente clandestino han cedido protagonismo ante el papel jugado en el lapso de tiempo que media entre la muerte de Franco y la aprobación de la Constitución. Un periodo en el que Carrillo conoce y negocia con Adolfo Suárez la hoja de ruta de la transición, desde la primera entrevista en casa del abogado Armero, que, al parecer, se prolongó por espacio de ocho horas.
Carrillo y Suárez comparten secretos y sellan un destino común, distinto al de todos los protagonistas de la transición, ya que el servicio que prestan al Estado conlleva la temprana desaparición del primer plano de la vida política, algo que no le sucede a ninguno de los principales dirigentes de la transición. Una década más tarde, González, Fraga, Pujol y Arzallus siguen al frente de sus partidos y marcan las estrategias de la política nacional. Sólo Carrillo y Suárez quedan fuera de juego. ¿Qué error cometieron?
Ambos tropezaron en la piedra de la moderación y sus bases sociales pedían otra política. Suárez trajo una democracia auténtica, no el sucedáneo de elecciones sin Partido Comunista que proponían los lobbys de la derecha. Su propio partido, UCD, a partir de algunas iniciativas legislativas, como la ley de divorcio, la reforma fiscal y, sobre todo, el título octavo de la Constitución abriendo paso al Estado de las Autonomías, no le perdonó y conspiraron en su contra. Al final, la asonada militar en marcha le hizo dimitir. Carrillo decepcionó con su moderación a los militantes comunistas, con su apuesta por un gobierno de concentración presidido por la UCD, y con la firma de los Pactos de la Moncloa, haciendo perder poder adquisitivo a los salarios; no obstante, el olvido de la bandera republicana y el apoyo a la Monarquía fueron las decisiones más traumáticas, vistas como una traición por sus seguidores. Felipe González no moderó su discurso, coqueteó con la idea republicana hasta que se aprobó la Constitución y, con el apoyo de Guerra, hizo una oposición feroz al Gobierno de UCD. Fraga discrepó del Gobierno y quedó en minoría en el debate constitucional. La tan elogiada moderación liquidó el prestigio de Carrillo y Suárez.