Manuel Pecharromán arrojó la toalla. El candidato a presidir el PP argumentó su renuncia ante la imposibilidad de reunir los 200 avales necesarios para presentar la candidatura. El edil gijonés se despidió con el mensaje de la unidad del centro-derecha asturiano. De su corta intervención, cabe destacar la disculpa que esbozó para fracasar en la búsqueda de avales: “han ganado los que han intentado que no tuviéramos los avales necesarios”. En principio, cuando dos o más candidatos luchan por hacerse con los votos de un colectivo, parte del trabajo consiste en evitar que los rivales logren adhesiones entre el electorado. El razonamiento de Pecharromán se vuelve en su contra al constatar que ningún delegado gijonés avaló a Mercedes Fernández. ¿La ausencia de apoyos fue un acto genuino de cada delegado gijonés o el fruto de una campaña planificada por la dirección de Gijón? Dejo para el final el razonamiento más sencillo: en una sociedad democrática no existen avales ni votos cautivos, en la fase precongresual la gente se decanta según la confianza que le inspira los aspirantes al cargo. Ni por trayectoria ni por popularidad ni por apoyos tenía posibilidad de optar a la presidencia del partido y por eso se quedó sin avales.
Con la renuncia Pecharromán se quitó un peso de encima. Vuelve a su trabajo de discreto concejal del pequeño grupo municipal gijonés del PP. No tendrá que hacer el papelón de acudir al congreso con la credencial de candidato sin llevar en la cartera los avales necesarios para serlo. Ni jugará el temerario papel de aspirante, mientras Dolores de Cospedal comparece hoy con Mercedes Fernández. Ahora bien, en la política no hay gestos neutros. No es lo mismo jugar a ser candidato que ocupar el intrascendente papel de delegado en un congreso. Aspirar a presidir un partido significa presentar una alternativa al poder constituido y el fracaso tiene consecuencias. El equipo de Pilar Fernández Pardo ha sufrido un descalabro, lo que dice muy poco de su visión política y del conocimiento que tienen de la organización del partido a escala regional. Tras la derrota, no mantendrán la cuota que tenían en la dirección regional.
Pecharromán vivió el drama del peón en ajedrez, la única pieza que no puede retroceder; una vez avanzadas varias casillas se vio atacado y aislado sin posibilidad de defensa. Y terminó su papel.