Los datos sobre la recaudación de Hacienda en Asturias durante el pasado año son muy elocuentes, al experimentar un descenso de 250 millones que supone un 10% menos que el año anterior. La subida de los tipos impositivos del IVA y el IRPF, así como las modificaciones en el Impuesto de Sociedades no han frenado la pérdida de ingresos. Sin embargo, en el conjunto de España, las alzas fiscales han dado paso a un incremento de la recaudación del 4,2%.
De los números se deduce que la recaudación en Asturias no sólo es inferior a la obtenida en las demás comunidades autónomas, sino que tiene un comportamiento cualitativamente distinto, propio de una región en que las bases imponibles se han desplomado, lo que no ocurre en toda España. La tardía llegada de la crisis a nuestra región fue vista con alivio por la opinión pública; desde las instituciones autonómicas se llegó a decir (año 2010) que nuestra estructura económica y la cohesión social minimizarían los daños del seísmo económico. Nada de eso ocurrió. Estamos en 114.000 parados y desde mediados de 2011 nos hemos convertido en una de las comunidades que más ha visto empeorar los indicadores económicos. Visto el comportamiento de los impuestos, es muy difícil de aceptar que en el 2013 aumentará la recaudación del Principado, como se preveía cuando se elaboraron y aprobaron los presupuestos regionales.
Dentro de un panorama francamente pesimista, llama la atención el desplome de la recaudación por IVA, pese a la elevación de los tipos, al dejar de ingresar 120 millones, un 12,6% menos que en 2011. El consumo se encuentra en mínimos, por la escasez de recursos en las familias y por las negras expectativas. Otro dato muy revelador es la bajada de ingresos en el Impuesto de Sociedades, con un 34% de diferencia sobre el anterior ejercicio. Las cuentas de resultados de las empresas dan pavor, y por eso el Impuesto de Sociedades ingresa 100 millones menos. Ante esta cruda realidad, hay que pensar muy bien en lo que se hace, porque familias y empresas están en una situación límite. Deberíamos ir a una devaluación real y general, porque no se pueden pagar los precios y los sueldos ni repartir los beneficios de hace un par de años. Las administraciones no pueden pasarse la vida mirándose el ombligo de sus necesidades. Deben acomodar tamaño y planes al volumen de una economía regional anémica.