Manifestación en Gijón, como en otras ciudades españolas, para festejar el segundo cumpleaños del 15-M. En 2011, cuando faltaba una semana para las elecciones autonómicas y municipales, surgió un movimiento social muy fuerte, que ocupó calles y plazas, con sus críticas al sistema. Desde su inicio, políticos, periodistas, politólogos y observadores de amplio espectro empezaron a conjeturar sobre la identidad y viabilidad del 15-M. Dos años más tarde, hay más motivos para la queja y la irritación, así que es muy probable que a corto plazo se produzcan movilizaciones iguales o superiores a las conocidas hasta ahora.
La izquierda recibió con simpatía la irrupción del 15-M. La ministra Chacón decía que había que escucharles y dialogar con ellos. Cayo Lara estaba eufórico, como si el 15-M fuese primo hermano de IU. La derecha guardaba silencio, con la excepción de Esperanza Aguirre que pidió despejar la calle de acampadas. El tiempo ha demostrado que el 15-M es una corriente nítidamente antiinstitucional, de modo que la izquierda parlamentaria no podrá aprovecharse de su fuerza. Ni siquiera IU, un grupo político con dos almas, una dentro del sistema y otra fuera de él, va a poder tener sinergias con el movimiento de mayo. El lema de las manifestaciones de este domingo era bien elocuente, “De la indignación a la rebelión: escrache al sistema”. Una propuesta muy radical que trata de representar a los millones de personas que la crisis económica y las medidas del Gobierno han marginado de la sociedad.
Con 6.202.000 desempleados -(27,1%) de paro que en el caso de los jóvenes se acerca al 60%-, cientos de miles de personas amenazadas de desahucio, las instituciones autonómicas catalanas ejecutando un plan contra la secesión y un Gobierno que no da la cara, la situación está objetivamente preparada para un terremoto político y social. No es posible prever por donde prendará la mecha, porque la experiencia enseña que puede ser un suceso anecdótico, imposible de atisbar, pero sí se puede afirmar que el nivel de insatisfacción y cabreo es tan grande y está tan extendido que los dirigentes políticos deberían saber que están jugando con fuego. No hay un responsable institucional que no haya visto erosionada su figura por los sucesos habidos en los últimos años. Aniquilada la realidad posible, la gente va a exigir lo imposible.