La Policía tiene más datos sobre las andanzas de Luis Bárcenas, empeñado en repatriar opacamente el dinero que posee en el extranjero. A Los 48,2 millones de euros depositados en las cuentas suizas se suman los negocios en EE.UU y Argentina. Un triángulo de riqueza válido para despistar a rastreadores de fortuna y máquina lavadora de dinero negro. En los tinglados ficticios diseñados para repatriar las montañas de dinero evadidos al fisco, se encuentra una sociedad domiciliada en Madrid que tiene como objeto social la producción ganadera. En ella trabajaba Rosalía Iglesias Villar, esposa del extesorero, recibiendo un sueldo de 3.500 euros al mes. A la citada señora se le desconocía oficio, actividad empresarial y licencia fiscal, pero eso no es óbice para que una empresa fantasma le abone 3.500 euros mensuales.

No dudo de que todo ese montaje fuera una invención de Bárcenas para engañar a Hacienda, pero encuentro una ingenuidad mayúscula que la Policía, en su informe, califique el sueldo de Rosalía Iglesias Villar como una herramienta útil para repatriar la fortuna de su señor marido. Con un sueldo así, después de cien años, se logran repatriar cinco millones de euros. Necesita Rosalía trabajar un milenio para la supuesta empresa ganadera si quiere localizar en España el dinero evadido en Suiza. Tan larga vida laboral no es una hipótesis verosímil. En resumen: estamos ante una trampa, ante un más que posible delito, pero de poca monta para el escándalo que tenemos delante de las narices.

Se ha escrito hasta la saciedad sobre la filosofía gallega de Rajoy, su propensión a la inacción, su gusto por la espera y su fe en que el paso del tiempo soluciona los problemas. Pese a ello, y aún a sabiendas de la importancia del factor personal, resulta sumamente chocante que el Gobierno esté desarmado ante los cambios de humor de Bárcenas, de su tránsito de directivo mejor pagado del PP a colaborador activo del juez Ruz. Por muy poco dotado que esté Rajoy para hacer frente a un problema de esta naturaleza, es muy difícil que la organización política más poderosa de la democracia (eso era en lo que se había convertido el PP tras el ciclo electoral del año 2011) quedara a los pies de un empleado despechado, sin mediar complicidades internas en el propio Gobierno. Buena tarea para los servicios de inteligencia: detectar a los traidores.