Las resoluciones del debate sobre el estado de la región siguieron el curso marcado por el abierto enfrentamiento entre los portavoces parlamentarios y el presidente del Principado: el Gobierno de Javier Fernández quedó en minoría en 27 votaciones. Aunque es pronto para afirmarlo con rotundidad, hay indicios suficientes para pensar que la legislatura entra en una nueva fase caracterizada por la posición de minoría en que está el Ejecutivo socialista en la Cámara. Si para cualquier gobierno se trata de una situación preocupante, más aún para el Principado, ya que toda su estrategia se basa en el discurso de la normalidad democrática, contraponiendo la capacidad de establecer alianzas de Javier Fernández al aislamiento vivido por Álvarez-Cascos. No estamos en presencia de un Gobierno que hace cosas, sino ante un grupo que aporta armonía, incapaz de romper un plato en sus discusiones con la Administración central, dispuesto a tratar las crisis industriales sin voces estridentes, y convencido de que la terapia para solucionar cualquier problema está en la discreción y el sosiego. Hasta el sindiós de Cudillero se resuelve rebajando la tensión (“bajar el voltaje”).
Dieciséis meses de mandato con dos puntos fuertes: gran diligencia en cumplir los objetivos de reducción de déficit público señalados por el Ministerio de Hacienda y acertado diseño de alianzas, uniendo al mismo carro del presupuesto a dos grupo divergentes, como son IU y UPyD. Dos logros incontestables, que permitían a los socialistas encarar el último año y medio de legislatura con una relativa tranquilidad, aunque amenazada por los déficit en las políticas de reactivación y empleo, y en la gestión de los servicios sociales. La escena da un vuelco si se confirma lo que el debate sobre el estado de la región permitió entrever, con dos socios irritados por el cambio del “digo al Diego” en la reforma electoral, y colmados de agravios por la escasa ejecución presupuestaria en capítulos de gran contenido social.
Por primera vez en el mandato los socialistas tienen que gobernar con un guión que no está escrito por ellos. No es una situación a la que estén acostumbrados, pero no le queda otro remedio a Javier Fernández que adaptarse al cambio de coordenadas. La pérdida de la mayoría obliga a ganar flexibilidad para negociar durante todas las horas del día.