Fin de semana bajo la efigie de Adolfo Suárez, con la mirada puesta en nuestro pasado reciente, tan determinante sobre lo que nos sucede. El siglo XX español tiene tres momentos cumbres, la proclamación de la II República, la guerra civil, y el fin de la dictadura y el advenimiento de la democracia. Tres momentos que van a asociados a nombres propios: Alcalá-Zamora, Manuel Azaña, el general Franco, Juan Carlos de Borbón y Adolfo Suárez. En esos tres momentos históricos tuvieron un papel destacado decenas de personalidades, pero si hay que resumir en cinco nombres toda la carga de la historia, los citados ocuparían el primer plano. La II República tuvo un destino trágico y la dictadura sirvió para tener a medio país sojuzgado, pero la etapa democrática, con sus luces y sus sombras, supuso un avance del bienestar colectivo sólo equiparable a la ganancia de dignidad. En esa tarea dejó Adolfo Suárez su huella, un hombre formado en el Movimiento Nacional, que logró la investidura como primer presidente de la democracia.
Con la excepción de Leopoldo Calvo Sotelo, dado su breve mandato (veinte meses), el resto de presidentes democráticos (Felipe González, José María Aznar, Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy) apelaron repetidamente a la herencia recibida, como causa de sus déficit, cosa que nunca hizo Adolfo Suárez, pese a recibir un legado mucho más adverso, en donde se dieron cita los golpistas, los terroristas, la crisis económica del petróleo, un sistema jurídico-político impracticable, los partidos políticos en régimen de clandestinidad, la calle ocupada por movilizaciones sociales y ausencia de aliados internacionales. A todo eso le hizo frente Adolfo Suárez, sin partido, sin equipo (sólo ocho “fontaneros” en la Moncloa, frente a los 600 asesores de Zapatero), sin reconocimiento social y bajo la acusación de tener un corazón franquista oculto bajo el disfraz de demócrata.
Si todo el país está el fin de semana entregado a la figura de Adolfo Suárez es porque llevó a buen puerto la misión encomendada por el Rey. Cuando la izquierda llegó al poder, el dilema estaba entre permanecer en la OTAN o realizar un referéndum, pero no había dudas sobre la España democrática. Pasados los años, aumentó la estima por la labor realizada por Adolfo Suárez, y por su propia persona. Fue el único presidente de la democracia que no hizo política partidista y que siempre se vio como un servidor del Estado.