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Juan Neira

LARGO DE CAFE

EL HOMBRE QUE ESPAÑA NECESITABA

Para que un político tenga dimensión histórica es preciso que se encuentre en una situación propicia para demostrar su valía. Así, la estatura política de Adolfo Suárez viene determinada por un tiempo singular, el que va de la muerte del dictador a la instauración de la democracia, un periodo especial, pleno de acontecimientos, en el que España corrigió su rumbo. Como señalara Francisco Fernández Ordoñez, “resulta sobrecogedor oír el ruido que hace la historia al pasar”.
Las ansias por convertirnos en una democracia homologada con las de las naciones vecinas chocaban contra la voluntad de Arias Navarro, que actuaba más como albacea de Franco que como presidente de un país en pos de la democracia. Tras un invierno convulso con huelgas y manifestaciones, el 3 de marzo, en Vitoria, al intentar la Policía desalojar un encierro de trabajadores se producían cuatro muertos y decenas de heridos. El semanario, “Triunfo”, de lectura obligada para la izquierda, abría con una foto impresionante del funeral por los trabajadores en la catedral de Vitoria, con un título superpuesto: “El fracaso de un reformismo”. Unas semanas más tarde, el cantante Lluís Llach presentaría un disco inspirado por la tragedia de Vitoria, “Campanades a morts”, que se convirtió en reclamo para las movilizaciones.
A los dos meses se producían los “sucesos de Montejurra”, con el saldo trágico de dos muertos al atacar un grupo de ultraderechistas a los participantes en una romería organizada por los carlistas. Cincuenta días después, empujado por el Rey, Arias Navarro presentaría su dimisión como presidente de Gobierno. Torcuato Fernández Miranda, al frente del Consejo del Reino, se las ingeniería para introducir entre la terna de candidatos el nombre de Adolfo Suárez, tal como le había pedido el monarca. Así, entre la incredulidad de la opinión pública, el rechazo de la oposición democrática y el escepticismo de las embajadas, empezaría Adolfo Suárez a esculpir la talla de su personaje.
ETAPAS
La biografía política de Adolfo Suárez conoció varias etapas. Hay un Suárez impulsor de la Constitución del consenso, que renuncia a aplicar la mayoría que tenían UCD y AP en la “comisión de los nueve”, y opta porque Abril Martorell y Alfonso Guerra sean los escribientes. Hay un Suárez ganador de elecciones generales (1977 y 1979). Hay un Suárez autonomista, que pacta con Garaikoetxea el Estatuto de Guernica y devuelve la dignidad institucional a Tarradellas (“Ja sóc aquí”). Y hay un Suárez de segundas oportunidades, que funda el Centro Democrático Social (CDS), y tiene un reconocimiento electoral, como lo demuestra el hecho de que en Asturias lograra ocho escaños en la Junta General del Principado (1987) y seis concejales en el Ayuntamiento de Gijón.
Todas esas facetas enriquecen al personaje, pero no hubiera alcanzado un lugar privilegiado en la historia española del siglo XX sin su decisiva actuación entre el 3 de julio de 1976, cuando es nombrado presidente por el Rey, y el 15 de junio de 1977, cuando se celebran las primeras elecciones democráticas, ganadas por UCD. En once meses provoca un cambio copernicano en el país, que había sido anunciado en sus discursos: “aspiramos a que los gobiernos de España respondan al sentir de una mayoría de los ciudadanos”, “hacer normal a nivel de ley lo que es normal a nivel de calle”. Es muy difícil explicar a los españoles que tiene menos de cuarenta años cómo fue la España del “cuéntame”.
LA TAREA
La arquitectura jurídica de la democracia quedó en manos de Torcuato Fernández Miranda, logrando que los procuradores de Franco se hicieran el harakiri al aprobar la Ley de Reforma Política que prefiguraba el Parlamento democrático. Suárez se reservaba la tarea de encajar las piezas del puzzle, abriendo una vía directa de negociación con Santiago Carrillo, toreando a los militares, convenciendo a los socialistas, y construyendo un partido para vencer en las primeras elecciones. Por el medio, gana el referéndum del 15 de Diciembre sobre la reforma, pese a la llamada a la abstención de la oposición, logra superar la mayor ofensiva del terrorismo, con los secuestros, por el Grapo, del presidente del Consejo de Estado, Oriol y Urquijo, y del teniente general Villaescusa. Durante el doble secuestro un comando de extrema derecha asesinó a cinco abogados del Partido Comunista en un despacho laboralista de Atocha. En un clima de tensión e incertidumbre, Adolfo Suárez aprovechó la pausa de la Semana Santa para legalizar al Partido Comunista, con lo que quedaba superado el último obstáculo para la convocatoria de las primeras elecciones.
Para hacer todo ese recorrido hace falta realismo, valentía y lucidez. Realismo lo demostró hasta para dimitir, cuando comprobó que era más un obstáculo para el mantenimiento de la democracia que una solución (así lo dijo en el discurso de despedida, en vísperas de la asonada militar); de su valentía dio prueba cuando soportó erguido el ametrallamiento del Congreso de los Diputados. Y lucidez evidenció al saber que los enemigos del franquismo debían ser sus aliados en la democracia. Si esto fuera una novela, diría que la pérdida de memoria del personaje, en el tramo final de la narración, fue una última prueba de lucidez para blindarse de los golpes de la política sectaria y cainita que se ha instalado en la vida pública española.

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por JUAN NEIRA

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