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Juan Neira

LARGO DE CAFE

DE LA CRÍTICA A LA ALABANZA

Con la muerte de Adolfo Suárez emerge su figura política de talla histórica. Izquierdas y derechas coinciden en destacar su capacidad de diálogo, la valentía para forjar la España democrática, el providencial tándem que formó con don Juan Carlos de Borbón, la inteligencia para entender que la Constitución debía de ser obra de todos, la firmeza ante la intentona golpista, y la discreción de su retirada, sin refugiarse en una fundación para presionar al gobierno de turno. Todas esas manifestaciones están muy bien y debe reconocerse lo que es justo. Sin embargo, cuando Suárez era presidente no era ese el sentir general de la clase política.

De Suárez se dijo de todo. Que no tenía ideología o que la tenía, pero de derecha franquista; que no sabía intervenir en el Parlamento y por eso siempre leía desde la tribuna; que no se relacionaba con la sociedad y no salía a la calle (fue el primer presidente al que se le diagnosticó el “síndrome de la Moncloa”); que no tenía ni idea de economía; que era un inculto movido por la ambición de poder. Nunca tuvo una buena relación con Fraga Iribarne, el líder del otro partido de derechas, quizás porque Fraga pensaba que el primer presidente de la democracia tenía que haber sido él. En UCD, las críticas hacía Suárez arreciaban como si fuese el líder de otro partido. Elemento clave en la erosión de su figura política fue el trabajo realizado por Óscar Alzaga o Herrero de Miñón, desde el ala de derechista de la UCD, y el de Fernández Ordóñez, desde el ala izquierdista. En la siguiente legislatura, unos y otros estarían a las órdenes de Fraga y de Felipe González. Tampoco tuvo una buena relación con los socialistas, que lo atacaron con inusitada dureza desde el primer día de su mandato. Los socialistas hablaban subidos al pedestal de la ética; treinta años más tarde, resulta surrealista recordar sus prédicas. Lo cierto es que la cúpula del PSOE tenía mucha prisa por alcanzar el poder (de ahí la entrevista de Múgica con Armada), y Suárez era el único obstáculo. De los grandes líderes nacionales, Santiago Carrillo fue el único que siempre habló bien de Suárez.

En la sociedad española tampoco gozó Suárez de una nutrida lista de incondicionales. Con el tiempo, su legado fue cada vez más apreciado y su recuerdo no causa el hastío de otros expresidentes. La figura de Suárez se agiganta en proporción directa al número de líderes políticos que se instalan en la Moncloa.

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por JUAN NEIRA

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