La abdicación de la corona de don Juan Carlos de Borbón obliga a volver la vista atrás para contemplar cuatro décadas de reinado que supusieron el mayor progreso de España, por el avance de las libertades democráticas y el bienestar de los ciudadanos.
Las monarquías vienen definidas por el automatismo del mecanismo de sucesión, que permite a los herederos prepararse desde la infancia para la tarea de reinar. Don Juan Carlos tuvo una educación selecta, con tutores y profesores de elite, entre los que se encontraron los catedráticos asturianos, Torcuato Fernández Miranda y Aurelio Menéndez, pero su juventud estuvo marcada por la incertidumbre hasta que en 1969 fue nombrado por las Cortes franquistas sucesor del general Franco en la Jefatura del Estado. Aún así, quedaba abierto el interrogante sobre la orientación de su reinado.
Cuando el 22 de diciembre de 1975 juró el cargo, como Jefe de Estado, el nuevo rey tenía estudiado un plan en el que se conjugaban las obligaciones de todo sucesor con los afanes de cambio, que en su caso estaban inoculados por su padre, don Juan de Borbón, que tuvo una relación muy tensa con Franco, en especial desde que en 1945 lanzara desde Lausana (Suiza) su manifiesto (“españoles, conozco vuestra dolorosa desilusión y comparto vuestros temores”). Un documento durísimo, donde calificaba al franquismo de régimen totalitario, exigía al dictador que abandonase el poder y proponía para España una constitución democrática. De esa manera, el heredero de Alfonso XIII quemaba sus naves, pero el proyecto democrático se realizaría a través de su hijo.
DEMOCRACIA
En los últimos años de la dictadura, el entonces Príncipe de Asturias mandó emisarios a los grupos de la oposición clandestina, dándoles garantías de que restablecería las libertades. Nicolás Franco Pascual de Pobil, sobrino del dictador, viajó a París para llevarle a Carrillo un mensaje del Príncipe. Producido el “hecho sucesorio”, como se decía asépticamente en aquellos años, don Juan Carlos hizo una concesión a los franquistas manteniendo a Arias Navarro al frente del Gobierno para pedirle la renuncia seis meses más tarde e iniciar el camino hacia la democracia, con Adolfo Suárez de presidente.
Aparece así un rasgo diferencial de don Juan Carlos con sus homólogos europeos: la intervención en las grandes decisiones políticas. Hizo actuaciones que ningún otro líder español podría llevar a cabo, avalando desde su alta magistratura el camino de la dictadura a la democracia.
En febrero de 1981, jugó un papel decisivo para abortar el golpe de Estado de Milans del Boch y Tejero, y los españoles de todas las tendencias se identificaron plenamente con el jefe del Estado. Ejemplo de ello es la carta pública que le envió Carlos Castilla del Pino, primera figura de la Psiquiatría española y militante comunista desde el año 1961, agradeciéndole su actuación.
Durante los cuatro mandatos de Felipe González (1982-1996), la relación del rey con el presidente del Gobierno fue de absoluta compenetración. Del gran prestigio del monarca en el extranjero se benefició España al actuar como primer embajador de la nación, limando asperezas políticas y abriendo puertas a las relaciones comerciales. Los grandes años del reinado.
Un primer atisbo de crítica social al estilo de reinar de don Juan Carlos se produjo a primeros de los años noventa del pasado siglo, cuando Felipe González declaró en el Parlamento que no se había podido firmar cierta disposición porque el monarca no estaba en España. Los comentarios sobre los viajes del rey se repitieron, posteriormente, por su pasión cinegética, con anécdotas concretas sobre la caza de osos en los países del Este de Europa.
CRÍTICA
Tuvieron que transcurrir muchos años para que la crítica adquiriera cierta relevancia con la profundización de la crisis económica. En 1995, en el barómetro del Centro Superior de Investigaciones Sociológicas (CIS), el monarca recibía una nota de 7,5 y en el último sondeo –mayo de 2014-, don Juan Carlos fue calificado con un 3,72. Para juzgar adecuadamente este dato tengamos en cuenta que con la crisis económica todas las instituciones han quedado muy devaluadas a los ojos de los ciudadanos: el Parlamento, el Gobierno, los partidos o la Iglesia reciben puntuaciones inferiores a las asignadas al jefe del Estado.
En el otoño de 2011, la turbia gestión del Instituto Nóos adquirió dimensiones de escándalo mayúsculo, con su yerno, Iñaki Undargarín, y su hija, Cristina de Borbón, en el centro de la diana. El olfato del rey le aconsejó cavar un cortafuego entre la pareja y el resto de la Familia Real. En el 2012, don Juan Carlos se cayó en Botswana (Sudáfrica), rompiéndose una cadera, durante el transcurso de unas jornadas dedicadas a la caza de elefantes. El estupor social por la realización de un viaje no anunciado y las circunstancias que rodearon el accidente obligaron al rey a disculparse. Un gesto inédito.
El peso de la edad, las repetidas visitas al quirófano (nueve en dos años), las nuevas tendencias de la sociedad española -donde la mayoría de los ciudadanos no conocieron el protagonismo de rey en la transición-, la necesidad de poner al día la corona para los grandes cambios que se avecinan (reforma constitucional, nuevo diseño territorial), aconsejaron a don Juan Carlos a dar el relevo a su hijo, Felipe de Borbón, convirtiendo el 2 de junio de 2014 en una fecha histórica.