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Juan Neira

LARGO DE CAFE

CORONA, REPÚBLICA Y SOCIALISMO

Tres novedades en quince días: el crecimiento de la izquierda radical, el adiós de Rubalcaba y la renuncia del Rey. Así como la primera es muy llamativa y prefigura un ciclo electoral caliente (autonómicas, municipales y generales en 2015), las otras dos son mucho más importantes, si las medimos en términos de estabilidad del sistema. Don Juan Carlos de Borbón deja la Jefatura del Estado por razones de salud, por la pérdida de crédito de la institución y por el conflicto con el nacionalismo catalán que le hace entrever que las vigas maestras del sistema alzado en la transición van a tener que moverse. Por todo ello es mejor que represente la institución monárquica el Príncipe de Asturias, pletórico de salud, con el prestigio personal intacto y con capacidad para avalar los imaginativos diseños territoriales que el futuro depare.
El adiós de Rubalcaba no supone, simplemente, un cambio de liderazgo, sino la revisión de la línea ideológica y estratégica del Partido Socialista que ha quedado en entredicho tras los consecutivos batacazos electorales, primero en las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2011, posteriormente en la debacle de las elecciones generales de noviembre del mismo año, y hace quince días en el peor resultado de la serie histórica de los comicios europeos. Sólo en Andalucía y en Asturias resiste el PSOE la prueba de las urnas, en el Sur por las engrasadas redes clientelares, y en el Norte por la división del centroderecha donde el PP ha demostrado que prefiere cualquier escenario a la alianza con Foro.
INFLEXIÓN
Para el congreso de julio se busca un líder que marque un punto de inflexión en la decadente trayectoria del PSOE, pero la elección del personaje llegará acompañada de la revisión del moderantismo inherente a todo partido de gobierno. Una respuesta política que ya se produjo en la Segunda República, en tiempos de Aznar, y ahora. Cuando el PSOE atraviesa por una coyuntura complicada, un sector del Partido apuesta por el radicalismo.
En el año 2003, cuando la Constitución española cumplía veinticinco años, de forma imprevista, diversos líderes socialistas plantearon que la “ley de leyes” estaba caduca y había que reformarla. Curiosamente, entonces, como ahora, el catalanismo atravesaba un momento dulce con la llegada del tripartito al poder y el anuncio de un “Estatut” rupturista. Había que adaptar la Constitución a los sueños de Maragall, Rovira y compañía. En el fondo, lo que latía era la impotencia del PSOE, ubicado durante ocho años en la oposición, ante el Gobierno de Aznar.
Las dos cuestiones se unen: el radicalismo del PSOE complica la sucesión en el trono. Gobernar España es difícil, porque a los problemas de tantos países se suman las tensiones territoriales. Esto fue así desde el inicio de la democracia. Con la experiencia que da el camino recorrido podemos decir que la vertebración de España como nación se apoya, fundamentalmente, en los dos grandes partidos nacionales, PP y PSOE (dejo a un lado los sarcasmos sobre el papel vertebrador de la Liga de Fútbol y la Lotería Nacional). Si desde uno de los dos grandes grupos se cuestiona la forma del Estado, con la petición urgente de un referéndum sobre Monarquía o República, el sistema se desestabiliza.
El debate republicano no entraba en la agenda política que ya estaba completa con los deberes económicos, las urgencias sociales y el desafío catalanista, pero ha sido introducido como enmienda extemporánea a la transición. Una controversia sobre la forma política de Estado que no resuelve ni uno sólo de los problemas que tiene planteado la gobernación de ese Estado.
RADICALISMO
Que IU y Podemos abran ese frente no debe extrañar a nadie ni tampoco cabe reprochárselo, porque entra dentro de su imaginario colectivo y responde a los ideales y creencias del electorado radical. Lo mismo cabe decir de los grupúsculos que los acompañan. Otra consideración merece la agitación de la pulsión republicana del Partido Socialista.
Sólo se puede definir como republicano al PSOE en términos históricos, porque desde que se aprobó la Constitución formó parte de los partidos compatibles con la Monarquía. Es más, ningún presidente simpatizó tanto con el Rey Juan Carlos I como Felipe González. Durante los últimos 35 años el socialismo español fue monárquico o, cuando menos, “accidentalista” sobre la forma política de Estado. Reivindicar sus esencias republicanas para propiciar un referéndum es puro oportunismo, en el que han caído algunos dirigentes socialistas que forman parte de la Comisión Ejecutiva Federal del partido.
La agitación republicana creará problemas al Gobierno de Rajoy, pero a medio plazo se volverá como un bumerang contra el PSOE, porque supone situar el debate político sobre un terreno propicio para los partidos que están a su izquierda. El diseño bipartidista, que tantos réditos le aportó al PP y al PSOE, es incompatible con el súbito giro de estrategia que proponen dirigentes como Odón Elorza. Lo más irritante del asunto –y a la vez revelador del comportamiento del partido- es que ese tipo de propuestas rupturistas nunca las hacen los socialistas cuando están en el poder. Si Rubalcaba fuera presidente, en el PSOE serían felipistas. Se entiende: leales Felipe VI.

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por JUAN NEIRA

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