Mariano Rajoy clausura el curso político con declaraciones de marcado optimismo: la recuperación económica ha venido para quedarse, Artur Mas no sacará las urnas a la calle, la corrupción fue un mal generalizado, recuperaremos los dos millones y medio de electores perdidos en los comicios europeos.
Desde el inicio del mandato, Mariano Rajoy confió su destino como presidente de Gobierno a la mejora de la situación económica. Llegó al poder a los tres años largos de iniciarse la crisis y calculó que no podría durar otros cuatro años la destrucción masiva de puestos de trabajo. Hay ejemplos para todos los gustos. Si nos atenemos a España, la crisis de 1993 duró sólo dos años; fue muy profunda, con 900.000 empleos perdidos y tres devaluaciones de la peseta en cinco trimestres, pero sólo dos años: al finalizar 1995 ya crecíamos al 2,3%. Sin embargo, la crisis del petróleo, iniciada en 1973, conoció un profundo recrudecimiento en 1979, tras la llegada de Jomeini al poder. Las reconversiones industriales de los años ochenta fueron producto de ese recrudecimiento. Un dato revelador: el PIB asturiano creció a una media del 0,3% entre 1975 y 1987. Un largo invierno. Rajoy hizo una apuesta y parece que le va a salir bien, a no ser que, como teme el Fondo Monetario Internacional, se cruce por el medio un conflicto bélico (Ucrania, Gaza) y el precio de la energía se dispare por las alturas y la confianza en la economía se desmorone por los suelos. El crecimiento del PIB en los meses que van de 2014 hace pensar que dentro de año y medio, cuando Rajoy se juegue la renovación en las urnas, la mejora de la economía se dejará sentir a escala microeconómica, que es lo que afecta a los votantes.
Pedro Sánchez se estrenó como líder de la oposición mostrando la cruz de la moneda: el empobrecimiento de las clases medias, el incremento de las diferencias entre ricos y pobres, la pérdida de la cobertura social, el sacrificio fiscal infligido por las decisiones de Rajoy. No es un discurso demagógico porque también está configurado con datos ciertos, pero en todos los países se sigue esa secuencia: primero se hace el ajuste macreoconómico, el de los grandes números, con un coste claro para los ciudadanos, y luego le toca a la población conocer el beneficio del ajuste fiscal. Primero se poda, luego se crece. Ya verán cómo dentro de 18 meses, los dos líderes siguen aferrados a sus argumentos: la fuerza de Mariano, la piedad de Pedro.