Javier Fernández va a optar a la reelección del cargo, como presidente del Principado. Todo el mundo lo sabía -aquí ya lo habíamos puesto alguna vez-, pero la desfasada liturgia del Partido Socialista obliga a que ningún candidato pueda decir nada hasta que se abra el plazo de presentación de candidaturas. Fernández repite porque carece de sustituto. Ningún otro dirigente del PSOE suscita consenso interno. El presidente sí lo tiene, por su ejecutoria como secretario general del partido, un cargo que desempeñó con más acierto que sus predecesores convirtiéndose en líder indiscutible de la Federación Socialista Asturiana.
La primera vez que fue candidato a la Presidencia del Principado levantó una cierta expectación en la familia socialista (“¿qué hará Javier”?), cosa que no sucede ahora. Tras 28 meses de presidente no se espera ninguna sorpresa de un segundo mandato, simplemente le piden que conserve el poder. Fernández es un político previsible, ya que su forma de gobernar es una prolongación de su personalidad: tímido, cauto, capaz de convivir largo tiempo con los problemas sin resolverlos, escéptico ante las propuestas simples, y propenso a hablar de cuestiones ideológicas o económicas, en clave teórica, dejando la política práctica en segundo plano, salvo cuando hay que llegar a pactos, donde muestra una gran flexibilidad, le vale igual IU que el PP.
El primer año del mandato fue el mejor. En la preparación de la sesión de investidura negoció un acuerdo con IU y UPyD, que le permitió colgarse el cartel de presidente pacificador, y pudo confrontar la mayoría del tripartito (PSOE-IU-UPyD) con la soledad del anterior Gobierno de Foro.
PISTAS
Al empezar la legislatura dio dos pistas sobre cuál iba a ser su estilo de Gobierno, al estallar la huelga de la minería y entablar las primeras conversaciones con el Ejecutivo de Mariano Rajoy. Nacido en Mieres, con formación académica de ingeniero de minas y trayectoria profesional de inspector de minas, vivió, desde la distancia, el conflicto más importante de la minería asturiana en las dos últimas décadas. Es evidente que no está en manos del presidente del Principado resolver los problemas de la minería, pero le tocaba hacer gestos rotundos de apoyo a los huelguistas y, sin embargo, mantuvo un perfil bajo durante el largo conflicto.
Frente a la clásica relación tensa de las autonomías socialistas con el Gobierno del PP, el Principado de Javier Fernández optó por una relación discreta, sin estridencias, con Rajoy y sus ministros. El mejor ejemplo es el trato versallesco que le dispensa a Ana Pastor, mientras la ministra de Obras Públicas cambia el proyecto de la variante de Pajares, cancela uno de los túneles y despacha la obra invirtiendo sólo 20 millones de euros en un año. El presidente, ni una queja.
El pacto con IU y UPyD le permitió aprobar los presupuestos de 2013. En febrero de ese año firmaba el pacto social (AEPA) con la Fade, CCOO y UGT. Fernández repetía que el empleo era la prioridad del mandato y que nunca rebasaría las líneas rojas de la Sanidad, Educación y Servicios Sociales. Presupuestos aprobados, pacto social firmado y discurso engrasado: el momento dulce del mandato.
El paso de los meses mostró la verdadera faz del Gobierno de Fernández, al bloquear las inversiones productivas (sólo 134 millones licitados de obra nueva en doce meses), dejar colapsado el salario social, dilatar las prestaciones de la Dependencia, y retrasar el plan de empleo hasta finales de año. Todo supeditado a cumplir con el objetivo del déficit público. Igualito que Rajoy.
La negativa a reformar la ley electoral (con la reforma perdería un par de escaños el PSOE), tal como le pedían IU y UPyD, provocó la ruptura del tripartito, el aislamiento del Gobierno socialista y el rechazo en la Cámara a los presupuestos de 2014.
En esa coyuntura, Fernández, político pragmático, tiró de “plan B”: pactó con el PP un crédito extraordinario que no remedia el atasco de los servicios públicos, ni relanza la economía, pero le permite salir de la vía muerta en que le había dejado el rechazo presupuestario. El actual interés por lograr aprobar los presupuestos de 2015 se inscribe en esa misma preocupación por mejorar la imagen de un presidente que convirtió al Gobierno en un ente hipotenso, limitado a la rutina de dar certificados y servicios.
PUÑO DE HIERRO
Con la ideología y el interés electoral, como telón de fondo, el Gobierno de Javier Fernández fue implacable con Gijón. De los 7,6 millones que daba el Principado para el empleo gijonés, en el año 2011 (con el presidente Areces), se pasó a 1,7 millones en 2013. Seis millones menos. Cada descenso de la aportación del Principado en un millón de euros supone contratar a 100 desempleados menos. El Gobierno de Javier Fernández se hace cargo del 63,5% del gasto social del Ayuntamiento de Avilés, pero sólo atiende el 38% del gasto social del Ayuntamiento de Gijón. Hasta el año 2013, siempre se hacía cargo del 50% del gasto social gijonés. En inversión productiva, en 2013, destinó menos de 3 millones a la villa de Jovellanos; en el crédito extraordinario de 2014, a Gijón le tocan cero euros. Una situación que se puede resumir con aquella máxima del entrenador Bilardo: “al enemigo, ni agua”.